NUBES
El apartado
“Nubes” surge a raíz de la lectura de “Autorretrato” de Édouard Levé (París 1965-2007),
libro para mí brillante y sorprendente y demoledor a partes iguales.
Al igual que “Autorretrato”,
“Nubes” lo componen frases cortas en las que expreso mis afectos, preferencias,
deseos, recuerdos infantiles, impresiones y, como escribió Teresa a secas en un
libro de ocasión que compré en el 82 en cuesta Moyano, divago acerca de “la
vida, lo más bello, lo único y lo más doloroso”. Se trata, pues, de la parte
más personal, más intima de mí misma.
El nombre de “Nubes” tiene que
ver con el hecho de que cuando las escribo las cuelgo en la otra nube o araña
virtual.
Nube I
De todas las habitaciones en las que pernocto
siempre acabo durmiendo en el lugar de la cama que está más cerca de la
ventana. Me gusta escuchar el silencio. Si pudiera elegir entre todos los meses
del año elegiría septiembre, si pudiera elegir
entre todos los días de la semana elegiría el viernes. Paradogicamente la gente
de ideas más conservadoras es que mejor se adapta a los cambios. Cuando quiero
evadirme de la realidad voy de compras. Cuando quiero saber de mí le pregunto a
las olas.
(7/2/14)
Nube II
Siempre he sentido inclinación por la gente divergente y los
comportamientos heroicos. Para escribir elijo cuartos interiores cerca de la
cocina donde se aderezan las cosas que luego alimentan. Hace unos días leí que
la nostalgia es una cita sutil con el pasado, creo además que puede ser anhelo
de lo no vivido. Jamás he conseguido leer un manual de instrucciones entero.
(11/2/14)
Nube III
Vivir a veces se convierte en un acto diario de
imaginación. Cuando viajo en coche me fijo en los postes de la luz y
catenarias, en los molinos de energía eólica, en los fardos de paja, en las
placas de energía solar, en general en todo aquello que visto en perspectiva y movimiento
forma líneas que se pierden en el horizonte. Las pocas veces que me aburro me
invade un sentimiento infinito de desvalimiento. Necesito estar creando. En
ocasiones se ayuda mejor en la distancia.
(15/2)
Nube IV
Uno de los primeros recuerdos que conservo de mi infancia es
la imagen de una niña corriendo en las eras con un vestido amarillo de soles.
En un terraplén enterraba mallas y ajos de cigüeña que cubría con un cristal y
un montoncito de tierra, pese a marcar con una cruz
el lugar exacto de mi tesoro jamás lo encontraba. También había una caseta de
adobe y un pozo profundo, protegido a la curiosidad infantil por alambre duro,
trenzado. En las eras de mi infancia estaba contenido el universo todo.
(20/2/14)
Nube
V
Con los
afiladores portando su caja de chispas y el sonido candente de la filarmónica
llega la lluvia o tú. Los temas universales de la literatura, lo mismo que
ocurre con la vida, son el amor y la muerte. L' écrivain decía hace mil años
que lo mejor de una mujer es lo que la rodea. Para levantar su autoestima había
empezado a escribir cartas a su ex-amante muerto. No, no fue ella quien lo
mató, lo hizo, poco a poco, la vida. El aire huele a amarillo mientras llega la
primavera. Sentir, el caso es sentir.
(19/3/14)
Nube VI
Lo que
no conocemos no existe para nosotros. Estamos hechos además de agua de palabras
-luz, sombra, trinchera, albur, pericia, alfajor...-. La palabra, decía Antoine
de Saint de Exupéry, es fuente de malentendidos. En el primer “Rodea el
Congreso” de 25/9/12 el mendigo con bolsa verde dijo que había mucha gente
dispuesta a echarse a la calle por defender la casa y el pan. El fotoperiodista
Czuko Williams hablaba ayer de que en el proceso de resistencia ciudadana de
nuestro país se estaba dando un paso al frente encaminado a la acción. Mientras
amanece, que es bastante, seguiré divagando “sobre la vida, lo más bello, lo
único y lo más doloroso”. El entrecomillado lo escribió Teresa el 16/10/82, en una
hoja al final del libro “El amante de
Lady Chatterley” que compré usado en Cuesta Moyano, y que suscribo plenamente.
(26/3/14)
Nube
VII
Cada día
trae una nube distinta.
Hay
"nuberus" de tormenta que como movidos por voluntades caprichosas se
divierten provocando galernas y arruinando cosechas y ganado, también hay nubes
de agua que funcionan como un bálsamo para las heridas incarceradas, y las hay
algodonosas que bajo un cielo azul dibujan amables formas.
Sí, es
cierto, hay días de cielos plomizos, sin nubes.
No se
pueden escoger las nubes, como no se puede escoger nada relacionado con los
fenómenos atmosféricos. Pero si pudiera elegir, elegiría nubes de palabras
-amistad, valor, pan, ola, alero, golondrina- y tumbada en la hierba las vería
pasar y leería en ellas como quien lee un libro.
2/4/14)
Nube VIII
La mayor
parte de mis reflexiones las hago sobre todo por la mañana, en la ducha. La
lluvia me da ganas de escribir de modo poético. Lo real, la vida, está en los
fogones, en las estaciones de servicio, en los pliegues de las faldas de tubo
de las mujeres que caminan, en los puños que se elevan, en los dedos que se
tocan, también en las revoluciones intestinas que surgen de quince en quince
años. Hoy me pareció ver a Ícaro surcando el cielo con sus alas de pájaro. Y
sigue… la vida.
(23/4/14)
Nube
IX
Recordar, del latín
re-cordis, significa volver a pasar por el corazón. El olvido, que decía
Benedetti, la desmemoria, están llenos de recuerdos. Vio el mar por primera vez
a los doce años, pero ya lo había visto antes en la pecera tintada de agua azul
en la que pegaba gupis, neones, escalares, coridonas, combatientes y otros
peces cuyos nombres no recuerda recortados de un libro de fauna acuática. No,
no es que ayer fueran las cosas distintas, lo que cambiaba era su mirada. El
ayer, apreciación selectiva y engañosa, de la memoria.
(14/5/14)
Nube X
Asomo la cabeza al patio interior y el cielo de mediodía me devuelve un toldo desvaído, plomizo. Son las 14'09 horas de un instante irrepetible, por eso escribo despacio, en un intento de tensar el tiempo, de domeñarlo, de aprehenderlo como burbuja de jabón en las manos estiradas del señor mago. Mientras... el guiso borbotea a fuego lento. Cruza,rápida, una paloma, dejando al pasar su arrullo de espuma. Las palomas son las gaviotas de la ciudad, de cualquier cuidad. Es la hora de comer, en el piso de arriba se escucha un chasquido de cubiertos. Apago el fuego.
(21/9/14)
Nube XI
Asomo la cabeza al patio interior y el cielo de mediodía me devuelve un toldo desvaído, plomizo. Son las 14'09 horas de un instante irrepetible, por eso escribo despacio, en un intento de tensar el tiempo, de domeñarlo, de aprehenderlo como burbuja de jabón en las manos estiradas del señor mago. Mientras... el guiso borbotea a fuego lento. Cruza,rápida, una paloma, dejando al pasar su arrullo de espuma. Las palomas son las gaviotas de la ciudad, de cualquier cuidad. Es la hora de comer, en el piso de arriba se escucha un chasquido de cubiertos. Apago el fuego.
(21/9/14)
Nube XI
Me pregunto adonde van los e-mails que nunca llegan a su destinatario. No sé que hacer con la mirada cuando todos los ojos se posan en mí. Siempre me estremezco cuando oigo el reclamo de la filarmónica del afilador en la calle, ese sonido de cobre. Ayer mismo volví a ver a menos de un metro de distancia la desesperanza. Es una pena que algunos adultos rechacen a su eterno niño. Hablo conmigo misma cuando necesito calma.
(30/9/15)
NUBE XII
Me produce un extraordinario placer escribir
en el reverso de las hojas de los calendarios gastados. Mientras me miraba en
el espejo llegué a la conclusión de que no me quiero creer mejor de lo que soy,
pero tampoco peor. Confieso que el mundo virtual ha cambiado mi vida, también
la fotografía, no porque haga buenas fotos, sino porque antes era incapaz de
coger una cámara en mis manos y ambas cosas ocurrieron casi al mismo tiempo. A
veces necesito asirme a consignas del tipo “mirar al frente”, “adaptarme, cual
junco verde mecido por el tiempo, a los cambios”, “hacer el bien”, “conocerme a
mí misma” (mis reacciones, mis limitaciones, mis miedos). Sería bueno, que en
los parques públicos de las grandes ciudades abrieran confesionarios laicos y
anónimos, sin necesidad de perdón o absolución. Miro por el rectángulo de la
ventana -atalaya que tengo en el techo-, parece que clarea.
(11/11/15)
Nube XIII
Algunas veces vivir se convierte en un acto sobrehumano de imaginación, también de valentía. Una mañana Sísifo se cansó de acarrear su piedra hasta lo alto de la montaña, se tumbó en un banco y se puso a mirar las nubes imaginando objetos dispares (una barca, una caracola, un hula hoop), nadie, os puedo asegurar, le echó en falta. Escribo mil notas en mil sitios diferentes que luego no encuentro, de pequeña lo hacía en los libros, también dibujaba caras. Clinofilia, monodosis, cebollododolido, durazno, histrión, ..., estamos hechos de palabras, también de sueños.
(7/1/16)
Nube XIV
¿Con que sueñan las nubes? ¿A qué se debe que sus formas variables un día emulen ángeles-músicos, otro sirenas, otro pegasos del color de la nieve? ¿Por qué lloran a veces contagiándonos de su tristeza? ¿A qué huelen, dí, y de que se alimentan y a que saben? ¿A quién buscan cuando se desplazan veloces, saltarinas, tan alocadas que parece que en cualquier momento, pero no, fueran a salirse de sus contornos? ¿Por qué se enojan, principalmente en verano, y les da por soltar truenos y centellas? ¿Qué imaginan cuando ven cohetes en el cielo bajo? ¿Y cuando extasiados las miramos? ¿A quién aman, si es qué aman? ¿Tal vez a ése que a estas horas de la retirada les habla bajito para que soñolientas dejen paso a la noche y sus rivales estrellas? Todo esto me pregunto mirando las nubes de paso, que altivas, pizpiretas, me ignoran.
(7/6/16)
Nube XIII
Algunas veces vivir se convierte en un acto sobrehumano de imaginación, también de valentía. Una mañana Sísifo se cansó de acarrear su piedra hasta lo alto de la montaña, se tumbó en un banco y se puso a mirar las nubes imaginando objetos dispares (una barca, una caracola, un hula hoop), nadie, os puedo asegurar, le echó en falta. Escribo mil notas en mil sitios diferentes que luego no encuentro, de pequeña lo hacía en los libros, también dibujaba caras. Clinofilia, monodosis, cebollododolido, durazno, histrión, ..., estamos hechos de palabras, también de sueños.
(7/1/16)
Nube XIV
¿Con que sueñan las nubes? ¿A qué se debe que sus formas variables un día emulen ángeles-músicos, otro sirenas, otro pegasos del color de la nieve? ¿Por qué lloran a veces contagiándonos de su tristeza? ¿A qué huelen, dí, y de que se alimentan y a que saben? ¿A quién buscan cuando se desplazan veloces, saltarinas, tan alocadas que parece que en cualquier momento, pero no, fueran a salirse de sus contornos? ¿Por qué se enojan, principalmente en verano, y les da por soltar truenos y centellas? ¿Qué imaginan cuando ven cohetes en el cielo bajo? ¿Y cuando extasiados las miramos? ¿A quién aman, si es qué aman? ¿Tal vez a ése que a estas horas de la retirada les habla bajito para que soñolientas dejen paso a la noche y sus rivales estrellas? Todo esto me pregunto mirando las nubes de paso, que altivas, pizpiretas, me ignoran.
(7/6/16)
Nube XV
En agosto me agoto. Me gusta jugar con las palabras como si fueran plastilina, -decir por ejemplo valderina en vez de valderense o púbica en vez de pública-, contorsionarlas, rebautizarlas, es una forma de ilusionismo, también de hacerlas más propias. El miércoles pasado, después de dormir veinte horas seguidas y de ver que el mundo seguía exactamente igual, me di cuenta de que era yo quien debía tomarme las cosas con más calma. Por las noches casi no sueño y lo lamento. Últimamente me asalta el pensamiento recurrente de que los atajos no existen, y está bien, o muy bien, pues ello me obliga a seguir por el camino más recto. Agosto fluye entre perdidas varias, -algunas irreparables-, calor criminal, hermosas puestas de sol y, a veces, como hoy a las dos de la tarde, una calma chicha.
(24/8/16)
Nube XVI
Hay días de nubes algodonosas bajo un cielo sosegadamente azul, días de nubes indiferentes, -esos en los que uno está tan ajetreado que ni mira para el cielo-, días literalmente sin nubes, pero también los hay de tormentas. Ayer fue uno de esos días. Somos química. Pocas cosas me acercan más a la química que una tormenta, y ayer, mientras se hacía súbitamente de noche, las gotas caían como guijarros y un olor ancestral y primitivo inundaba el aire, quise juntar la química de la nube negra que se avecinaba con mi propia química, acocharlas juntas. Y hasta lo logré un poco. Hay veces que el desamparo propio necesita del abrazo de una tormenta de mayo. También pensé, ya ves tú, que de poder elegir me gustaría venir de una nube y volver a ella. Pero todo tiene su instante y pasa y siempre que ha llovido a escampado. Los únicos que permanecen inalterables son tal vez, como dijo Holdel Caulfield de "El guardián entre el centeno", los objetos de museo.
En agosto me agoto. Me gusta jugar con las palabras como si fueran plastilina, -decir por ejemplo valderina en vez de valderense o púbica en vez de pública-, contorsionarlas, rebautizarlas, es una forma de ilusionismo, también de hacerlas más propias. El miércoles pasado, después de dormir veinte horas seguidas y de ver que el mundo seguía exactamente igual, me di cuenta de que era yo quien debía tomarme las cosas con más calma. Por las noches casi no sueño y lo lamento. Últimamente me asalta el pensamiento recurrente de que los atajos no existen, y está bien, o muy bien, pues ello me obliga a seguir por el camino más recto. Agosto fluye entre perdidas varias, -algunas irreparables-, calor criminal, hermosas puestas de sol y, a veces, como hoy a las dos de la tarde, una calma chicha.
(24/8/16)
Nube XVI
Hay días de nubes algodonosas bajo un cielo sosegadamente azul, días de nubes indiferentes, -esos en los que uno está tan ajetreado que ni mira para el cielo-, días literalmente sin nubes, pero también los hay de tormentas. Ayer fue uno de esos días. Somos química. Pocas cosas me acercan más a la química que una tormenta, y ayer, mientras se hacía súbitamente de noche, las gotas caían como guijarros y un olor ancestral y primitivo inundaba el aire, quise juntar la química de la nube negra que se avecinaba con mi propia química, acocharlas juntas. Y hasta lo logré un poco. Hay veces que el desamparo propio necesita del abrazo de una tormenta de mayo. También pensé, ya ves tú, que de poder elegir me gustaría venir de una nube y volver a ella. Pero todo tiene su instante y pasa y siempre que ha llovido a escampado. Los únicos que permanecen inalterables son tal vez, como dijo Holdel Caulfield de "El guardián entre el centeno", los objetos de museo.
(24/5/18)
Nube XVII
El sábado al despertar de siesta abrí la ventana del patio interior para ver si se había secado la ropa y por primera vez desde que vivo en este edificio, y ya va para dos décadas, escuché con sorpresa unos gemidos placenteros de mujer que más tarde, al pensar sobre ellos, me sonaron a música. No puedo precisar de donde procedían, pero al tener un piso debajo de mis pies y cuatro sobre mi cabeza, hay más probabilidades de su origen fuera de los pisos que están más cerca del cielo que de la tierra, aunque eso, ¿quien lo puede saber?... Mientras paseaba cualquier mediodía por el Retiro buscando hojas muertas pensaba que lo más bonito del otoño está aun por llegar. Últimamente en el patio interior de mi casa he oído también con sorpresa el llanto de un bebé, se oye últimamente tan poco llorar a los niños… La primera vez que escuché unos gemidos parecidos a los del sábado, aunque mucho más prolongados en el tiempo, fue en un hotel de Zaragoza, ya casada, que viví con tremendo rechazo. Desde entonces ha llovido unas cuantas primaveras y ha escampado. Creo que los patios interiores, lo mismo que cualquier sitio, pueden dar lugar a interesantes historias si se está atento al murmullo silencioso que circula en ellos mientras la ropa sigue tendida y yo me pregunto por la relación intestina que une acaso dolor y placer.
(24/10/2018)
Nube XVII
El sábado al despertar de siesta abrí la ventana del patio interior para ver si se había secado la ropa y por primera vez desde que vivo en este edificio, y ya va para dos décadas, escuché con sorpresa unos gemidos placenteros de mujer que más tarde, al pensar sobre ellos, me sonaron a música. No puedo precisar de donde procedían, pero al tener un piso debajo de mis pies y cuatro sobre mi cabeza, hay más probabilidades de su origen fuera de los pisos que están más cerca del cielo que de la tierra, aunque eso, ¿quien lo puede saber?... Mientras paseaba cualquier mediodía por el Retiro buscando hojas muertas pensaba que lo más bonito del otoño está aun por llegar. Últimamente en el patio interior de mi casa he oído también con sorpresa el llanto de un bebé, se oye últimamente tan poco llorar a los niños… La primera vez que escuché unos gemidos parecidos a los del sábado, aunque mucho más prolongados en el tiempo, fue en un hotel de Zaragoza, ya casada, que viví con tremendo rechazo. Desde entonces ha llovido unas cuantas primaveras y ha escampado. Creo que los patios interiores, lo mismo que cualquier sitio, pueden dar lugar a interesantes historias si se está atento al murmullo silencioso que circula en ellos mientras la ropa sigue tendida y yo me pregunto por la relación intestina que une acaso dolor y placer.
(24/10/2018)
Nube XVIII (que se hace mayor de edad o también nube del último día del año).
En el último día del año limpio el
alféizar de la ventana de mi patio interior, mientras mis pensamientos fluyen fugaces
como pájaros. Trato de cazarlos al vuelo, pero ellos, renuentes, rebeldes, no
se dejan. Cojo el reverso de la última hoja del calendario, -que tengo la manía
de escribir en el reverso de las hojas agotadas de los calendarios ya lo dije
en otra nube-, y con el boli en mano y en un acto de reflexión interna intento
hacer balance del año…, imágenes de momentos muy gratos y otras de momentos
menos gratos van y vienen de forma anárquica, inconexa, sin dejarse aprehender…
Así estoy un tiempo indeterminado hasta que la luz de mediodía hace presencia
en la estancia como una sonrisa, como una aprobación de vida. Es cuando me doy cuenta
de lo inútil de mi balance. Así que, consciente que hay cosas que mejorar, que
hay cosas que no mejorarán, pero también
que todo es relativo, no somos más, -tampoco menos-, que una gota en el océano,
que un grano de arena en el desierto, que polvo fugaz de estrellas, doy gracias
al año que termina. Con el deseo de que el año próximo nos siga sorprendiendo
jugando a eso único que cada uno de nosotros podemos hacer, que es vivir, me
levanto, sigo limpiando el alféizar.
(31/12/2018)
Nube XIX
Me pregunto porque siempre tenemos la convicción de que lo que perdimos (un texto que se nos borró, una foto...) es nuestra mejor obra. A veces me quedo ensimismada mirando un punto de fuga que tal vez solo existe en mi cabeza. Lo mismo que es una pena que no haya confesionarios en los parques públicos también lo es que en los kioskos no vendan ilusiones a granel. Como casi nunca consigo recordar lo que sueño -y mucho menos íntegramente-, compro sueños de primera y segunda mano, máxima tasación. No me gustaría abandonar el mundo sin haber roto, al menos, media docena de platos. Me muero de ganas porque llegue el amarillo, la mimosa.
(12/2/2019)
Nube XIX
Me pregunto porque siempre tenemos la convicción de que lo que perdimos (un texto que se nos borró, una foto...) es nuestra mejor obra. A veces me quedo ensimismada mirando un punto de fuga que tal vez solo existe en mi cabeza. Lo mismo que es una pena que no haya confesionarios en los parques públicos también lo es que en los kioskos no vendan ilusiones a granel. Como casi nunca consigo recordar lo que sueño -y mucho menos íntegramente-, compro sueños de primera y segunda mano, máxima tasación. No me gustaría abandonar el mundo sin haber roto, al menos, media docena de platos. Me muero de ganas porque llegue el amarillo, la mimosa.
(12/2/2019)
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