miércoles, 4 de junio de 2014


 

El día 22 de mayo de 1938 se produce la fuga de 798 presos en el Fuerte de San Cristobal (Pamplona) motivada, sin duda, por las durísimas condiciones existentes dentro del penal. Solo tres o cuatro hombres, no se sabe con exactitud, consiguieron escapar a Francia.

Este pequeño diario de ficción, “diario de una duda” nace de la hipótesis de cómo pudo haberse vivido la fuga para los que se quedaron y no huyeron.  




DIARIO DE UNA DUDA
(Mensaje en una botella)

 

Veintitrés de mayo de mil novecientos treinta y ocho
Alguien gritó mientras cenábamos “las puertas del penal están abiertas” y la gente empezó a levantarse y a intentar salir. De pronto el comedor parecía un hormiguero amenazado por una tormenta de agosto. Es verdad que rumores de fuga había habido desde que llegamos al Fuerte, pero esto de ahora era distinto, era real. Juan y yo nos miramos desconcertados. ¿Vamos?, me dijo. Por un instante pensé en escapar de esos muros, pero me quedé paralizado. Negué varias veces con la cabeza. “Pues yo sí, yo me voy, huiré a Francia, prefiero mil veces que me maten a este infierno”. Espera, quise decirle, recapacita, quizá no sea buena idea, pero él ya se dirigía al sótano a recoger el fardelillo con sus cosas. Juan, aunque era más pequeño, siempre tuvo más arrojo. Recuerdo que en la fiesta grande del pueblo, quince días antes de estallar la guerra, embistió al morlaco mientras yo, con el alma en un puño, le veía dar los lances desde la valla de piedra.
No nos abrazamos, no había tiempo que perder, y cuando huía vi que Arcadio, un paisano de nuestro pueblo que había corrido la misma suerte que nosotros, primero Astorga, luego San Marcos, ahora Ezcaba, como le dicen aquí, se abalanzaba junto con un tropel de presos hacia el patio. Por segunda vez pensé seguirles y de nuevo me quedé anclado al sitio. El miedo es una losa que te paraliza el cuerpo, la capacidad de raciocinio, hasta de ver con claridad. Si supiera cómo combatirlo…
En medio de los pasos apresurados, las voces, los vivas a la República y las carreras, se oyó un disparó. Los guardianes nos obligaron a abandonar el comedor y a punta de pistola nos condujeron a los sótanos. Más tarde me enteraría de que para poder huir habían matado a un carcelero.
No pude pegar ojo en toda la noche imaginando tu huida monte a través,  pensando que debí acompañarte, no dejarte solo en esa carrera de obstáculos, lamentando no haberme despedido de ti. Si al menos hubiera habido, hermano, un instante para el abrazo…
 
Veintisiete de mayo de mil novecientos treinta y ocho
Vivir en un infierno, esto han sido estos tres días, oyendo las detonaciones en el monte, los gritos, los ladridos de los perros, sin un momento, ni de día ni de noche, para la tregua. Dicen que matan a todo el que pillan y lo dejan tirado para pasto de alimañas. Y aquí dentro los carceleros andan rabiosos, la pagan con nosotros, nos insultan, nos empujan, nos tratan peor que a animales, los recuentos son continuos.
Hoy han empezado a traer gente, entre ellos a Arcadio. Lo llevaban esposado con otro a la Brigada Uno, un sótano inmundo y oscuro como un abismo. Quise acercarme, preguntarle por mi hermano, le hice seña con la cabeza, él me miró un instante con la mirada extraviada, como si no me reconociera y siguió, le siguieron, para adelante. No quiero pensar lo que le espera, yo al menos tengo mi toldo azul, ese trocito de cielo que es lo único que me mantiene ligado al mundo.
 
Cuatro de junio de mil novecientos treinta y ocho
Trece días desde la fuga, lo apunto en la pared con palotes para tener un control del tiempo, también para mantener el equilibrio y el ánimo altos, tan fáciles de perder en este infierno… Dicen que han cogido a todos, pero siguen rastreando el monte y trayendo gente a diario, así que yo creo que lo dicen para desanimarnos, y que se nos baje la moral a los pies, y que nos derrumbemos. Cada vez que las puertas del penal se abren con el corazón encogido busco a mi hermano en los rostros atezados y rotos de mis compañeros. Pero nada. Hoy en el comedor se ha rumoreado que ya alguno alcanzó Francia, y quiero creer que Juan esté entre ellos. Su enorme agilidad y capacidad de aguante tienen que jugar, me digo una y otra vez, como bazas a favor… también quiero creer que tal vez se ha arrimado a alguno uno de los gudaris que conocen el monte como la palma de su mano…
 
 Veintiocho de junio de mil novecientos treinta y ocho
Anoche soñé con él. Soñé que se acercaba y me tocaba el hombro y me despertaba. Tenía buen aspecto, como cuando antes de la guerra. Llevaba el traje gris oscuro de raya diplomática que usaba los domingos y una camisa inmaculada. Con el rostro iluminado me decía que había traspasado la frontera, me daba recuerdos para todos, madre, los tíos, sus amigos de infancia, Dora... Lo conseguí, decía, y con su mano nervuda me ofrecía un mendrugo de pan. Cómelo, es pan francés. Yo alargaba la mía e intentaba cogerlo, pero a pesar de estar muy cerca no lo conseguía. Así una y otra vez, hasta que lleno de desasosiego, desperté. Sentado en el jergón pensé en el significado del sueño. “Ya está, ha muerto, la imagen que acabo de ver es la de su mortaja”, y en medio de la oscuridad, de las toses de los compañeros de celda enfermos de tuberculosis y de hambre, de una humedad que se mete hasta los tuétanos, del olor a humanidades compartidas, de una tremenda soledad, (a nadie podía despertar y contarle mis preocupaciones, cada uno tenemos bastante con las nuestras), creí enloquecer. Por la noche la cabeza se te llena de fantasmas y de malos presagios que no hay forma de espantar. Sin pegar ojo fue llegando la amanecida. Hoy, a pesar del toldo gris plomizo que planea sobre mi cabeza, veo todo distinto, con otro ánimo. Debe ser por la lluvia. En vez de quedarme pegado a la pared como el resto hace unos momentos me he acercado hasta el centro del patio para recibirla sobre mi rostro bañado en lágrimas, sobre mi cuerpo insomne, sobre mis manos extendidas como quien recibe una ofrenda.    
 
Siete de julio de mil novecientos treinta y ocho
Después de dos meses le han vuelto a subir pálido como la cal, flaco, desorientado…, le he tenido que decir quien era y después de un silencio en el que parecía buscar pista me ha dicho que no sabe cómo ha podido resistir si no les daban de comer, en un mes contó veintitrés garbanzos, y el agua la bebían de una infiltración que había en la pared, y dormían en el suelo, sin jergón ni nada, y las necesidades las hacían en un rincón… pero lo peor de todo era la falta de oxígeno que le sumía en ocasiones en una agonía insoportable. Le he escuchado hablar como quien escucha a un muerto resucitado. Cuando ha terminado con el alma en vilo le he preguntado por Juan. Se ha quedado cavilando, como si avistara un recuerdo muy lejano. “Le perdí la pista cuando cruzamos un río”. “Por ese lado no hay peligro, es buen nadador, en el concurso de las ferias del treinta y dos, ¿te acuerdas?, ganó un saco de harina”. Sí, ha dicho sin mucha convicción. Nos hemos quedado callados y al entregarle el trozo de libra de chocolate que me quedaba el carcelero me ha descubierto. Le he plantado cara, desafiante, y tras un momento de tensión ha desviado la vista. Todavía no me creo mi osadía. Mientras observaba a mi paisano masticar con ansia, los ojos extraviados, ajeno a mi mirada, he llegado al convencimiento, yo también, de que mejor muerto que este infierno…
 
Veintidós de agosto de mil novecientos treinta y ocho
Hoy escribí a madre y con la excusa de que aquí todo lo controlan le dije que no le podía poner mucho, pero lo cierto es que no le quería decir que Juan se fugó hace tres meses y que después de ese tiempo sigo sin noticias. Le dije en cambio que estamos bien, que no se apure, que con su última carta nos llegó el tabaco y las mudas y el chocolate. Tres meses. La vida en el penal está hecha de actos rutinarios, despertarse, bajar al comedor, asistir a los recuentos en el patio, barrer las celdas, acudir a misa, mientras intento no pensar, pero a veces, sobre todo por la noche, me debato entre sentimientos contradictorios, ¿Juan vivirá?, ¿habrá sido pasto de alimañas?, sin llegar a ninguna conclusión. Algún día, supongo, sabré la verdad, y mientras llega intento mirar para adelante, aferrarme a ese trocito de cielo como quien en medio de tinieblas vislumbra un destello.  
   








                           Mensaje depositado en una botella el 18 de Mayo de 2014.
        
                                     
 
 
 

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