lunes, 30 de octubre de 2017


nO hAY UnA rAzÓn


No hay una razón
Hay muchas razones.
No hay una verdad
Hay muchas verdades.
No hay una mirada
Hay muchas miradas o formas de ver las cosas.
No hay un sujeto
Hay muchas subjetividades.

No hay un emisor,
Ni un receptor,
Ni un código,
Ni un canal,
sino muchos emisores,
Receptores,
Códigos,
Canales,
En los que nos jugamos
-Nada menos-
Que el entendimiento.


No hay un solo día,
Hay más días que ollas.
No hay una lengua
Sino muchas lenguas.
No hay un corazón
Hay muchos corazones que palpitan -trémulos, desasosegados o tranquilos-
Con su sístole y diástole.
No hay un solo mar
Hay muchos mares.
No hay una estación
Sino cuatro.
No hay una sensibilidad
Hay muchas sensibilidades.
Y así podríamos seguir con la justicia, los sistemas, los gustos, los colores, las premisas, la educación.
Aunque todos estemos
Bajo el mismo sol
A distintas horas.

miércoles, 25 de octubre de 2017


Jardín ausente


Cuando la luz cegadora
se coló entre las ramas de los árboles
del jardín ausente,
donde un día me adentré
sin permiso
para quedarme,
junto al olvido y la hojarasca
el caballo blanco y la negrura
el palacio calcinado y el silencio de sueños rotos, de troncos curvados, 
pensé,
ilusa,
que tal vez, ella sí, pediría permiso para quedarse.
Se lo hubiera concedido, en serio, a qué negarme.
-Vale, le habría dicho, total uno más.
Pero no lo hizo.
No pidió.
Ahora vivimos en el jardín ausente 
los ocupas del abandono
y
la
cegadora
l
 u
  z.

lunes, 23 de octubre de 2017

De palabros, su uso, su disfrute

Según el contexto en el que nos encontremos, hay un "bueno" nuestro que sirve para saludar cuando encontramos a alguien, un "bueeeno" alargado que usamos para despedirnos, un "bueno" escueto de asentimiento o acuerdo o aprobación... hasta hay un "bueno" alegre que empleamos los de tierra adentro para mostrar la emoción, las emociones.


Hay también un "ahí" muy nuestro que empleamos a veces en la conversación cotidiana para indicarle al otro donde está un determinado objeto. 
Ese "ahí" es un "lugar" concreto que está en la mente del emisor pero que en ese momento, como si fuera objeto de una amnesia puntual, no consigue nombrar. Esta falta de precisión produce la lógica exasperación en el receptor y una interferencia en la comunicación. 
Ese "ahíííí", que se pronuncia alargando mucho la tilde final, sirve lo mismo para señalar dónde está la sal, el alicate que guardamos de seguro bajo el caedizo, o la caja de monedas para dar "la vuelta" del pan, como muy bien señaló hace unos días Dani, la panadera de mi pueblo, a quien agradezco (también dedico) la atinada observación.



EL BOSQUE


En silente compañía,
El bosque se mira en el espejo de solitarias aguas.

Protege su belleza.

Rebrota entre minerales piedras.

Prosigue su andadura vegetal,

Infatigable,
Hacia su renovado retorno
De umbría y sueños.


                                                                              
                                                                                        Objeto de deseo
 


Siempre tuve una relación especial con la ropa, que yo atribuyo a dos herencias: la primera procede de mi madre que aprendió "corte y confección" en un taller de Santa Engracia la temporada que vivió en Madrid, luego toda su vida hizo "apaños" domésticos, la segunda nace del deseo, de la carencia, de la falta, pues desde muy pequeña heredaba la ropa de mi hermana, de mis tías, de las amigas de mis tías (me acuerdo de una falta granate de terciopelo y vuelo con cinturilla "de callos" venida de Francia), que (hoy sé) me daba vergüenza llevar en un pueblo donde estrenar era la prueba fehaciente de que te iba tan bien como al vecino.
Recuerdo el verano que caí en cama con hepatitis. Me regalaron una Nancy a la que, ayudada por mi madre, le hacía vestidos que años más tarde, y ya casada, hice para mí.
Siempre me fascinaron las telas, los tejidos, sus estampados, imaginarme las múltiples posibilidades que ofrecían.
Cuando por fin pude me llené de ropa, prendas compradas en su mayoría en saldos que a veces no me pongo, pero que como objetos de deseo me gusta mirar, descubrir, tocar, tener, probar. Y que como buena Diógenes acumulo en el desván de la casa de mi madre.
De ahí he rescatado últimamente pequeños tesoros olvidados que llena de regocijo me he vuelto a poner. Pero también he descubierto que a mi madre, gran ecologista y recicladora, le ha entrado la manía de los espacios abiertos, "de la diáfanidad", y harta de ver trastos acumulados, ha empezando a usar mis antiguallas de varias décadas para, una vez hechas trizas, limpiar sartenes o brrrr....esa insidiosa grasa que después de fregar los platos siempre se queda en la pila.

Ser vilano


















Como 
diente de león 
que en su leve,
etéreo,
ciclo vital
va perdiendo de sí
el vilano,
-pero no lo pierde
algunas de sus semillas de aire
fructifican-,
así,
la vida.

martes, 3 de octubre de 2017

Preludio

Qué silencio la casa
el orden de las cosas,
el polvo por el que deslizo un dedo marcando más si cabe el camino del abandono,
los libros apilados,
las flores muertas,
las persianas tan cerradas que ni un resquicio de luz puede robarle su silencio al silencio,
y mucho menos hacerse presencia viva
entre partículas elementales que hablan un idioma propio.  

Todo tan quieto,
desde que esta mañana
tan temprano,
un poco precipitadamente
se fueron.

Olvidando el bote del pis en el baño
y el libro en la mesa del salón de los girasoles ciegos,
y un extremo de plástico del suero fisiológico en la mesilla de noche,
y las mantecadas,
y los higos,
los higos también.

Dejando, en cambio, en todo el perímetro de la casa -mi interior-
su ausencia tan presente.

Qué silencio,
lo escucho,
no se oye una mosca.
Y poco a poco,
como quien se sacude el desamparo,
voy recuperando -o echando de menos, que viene a ser lo mismo-
mi habitación propia,
mi soledad propia,
inexpropiable,
mi libertad propia,
el espacio cerca de la ventana del patio interior
donde germina la palabra, el silencio.