domingo, 24 de abril de 2016


Peces


-Vamos, pececito, a nadar un rato.
Ha hecho un esfuerzo ímprobo por meter en la bañera a Matías, tumbado casi siempre en la cama, tan viejo como ella, que de ordinario no se mueve ni habla, pero que ahora la mira con sorpresa creciente y ríe y palmotea como un niño jugando con el agua. Como sorpresa siente ella al descubrir de frente, en jarras, a la mujer.
-No te había dicho, mamá, que te estuvieras quieta mientras iba a la farmacia. Mira cómo has puesto todo.
Mamá, ha dicho esa extraña a la que no ha visto en su vida. Y parece bastante enfadada, a pesar de que ella solo ve un diminuto reguero de agua, como un caminito, salir del cuarto de baño, discurrir por el pasillo, alcanzar el rellano para huir despavorido -en realidad eso es exactamente lo que ella desearía hacer-, escaleras abajo.
Más vale seguirle la corriente.
-Está bien, hija, no volverá a pasar.

martes, 19 de abril de 2016

Texto leído en el monumento a los represaliados del cementerio de Astorga el 17 de abril de 2016 dentro de las IX Jornadas del Ateneo Republicano de Astorga, que con motivo del 85 aniversario de la proclamación de la II República tuvo como lema “Fue como un sueño” 



Buen y republicano día pese a la lluvia dentro de estas novenas jornadas organizadas por el Ateneo Republicano de Astorga:

Muchos nos vimos el viernes en el acto que tuvo lugar en la Ergástula pero para los que no me conocen soy Sol Gómez Arteaga, de Valderas, nieta y biznieta de represaliados.

A mi bisabuelo Andrés Carriedo Callejo, de 59 años de edad, le detienen el 25 de julio de 1936 y le trasladan al cuartel de Santocildes de Astorga. Es acusado de rebelión militar (qué ironía y qué forma de tergiversarlo todo cuando los que se alzaron contra la legalidad republicana fueron los golpistas) y trasladado a la prisión de San Marcos en León. Le condenan a pena de muerte, que le es conmutada por la de prisión perpetua. Le trasladan al Penal de San Cristóbal y luego a la Isla de San Simón en Redondela, Pontevedra, permaneciendo preso siete años.

A mi bisabuela, Ulpiana Ortega Yagüe y esposa de Andrés, la denuncian, detienen y trasladan a la prisión de San Marcos donde permanece presa tres meses por mediar  en una pelea de mujeres. Estas fueron sus palabras: “No se discute, y en estos momentos menos”.

Pero el sentido de que esté hoy aquí es porque mi abuelo, José Gómez Chamorro, de 34 años de edad, casado, empleado en una panadería, padre de tres hijos, fue sacado de ésta el 24 de julio de 1936, trasladado al cuartel de Santocildes de esta localidad y fusilado en las tapias de este mismo cementerio a las seis y diez de la madrugada del 9 de octubre de 1936, junto con cuatro vecinos de su pueblo: Pacífico Villar Pastor, de 25 años de edad, soltero, Teófilo Alvarez García, de 25 años de edad, casado, Vicente Rodríguez González, de 31 años de edad, soltero, y Germelino de Lera Caballero, de 23 años de edad, soltero, que han pasado a la historia de Valderas como los cinco de Trasderrey.
El “delito” de estos cinco hombres, así tipificaron los golpistas el derecho natural de saber, de querer saber, consistió en haber participado estando presos en el escrito de una carta-clave que intentaron sacar al exterior, aprovechando la visita de la novia de Pacífico, para tener noticias sobre los avances de la guerra. En ella establecían un paralelismo entre los términos del campo de Valderas y las provincias de España y añadían unas instrucciones para que les informaran. La carta fue requisada y los cinco hombres condenados a muerte.

Los lugares significan, nos condicionan, nos definen, imprimen en nuestro carácter una determinada forma de ser y de actuar, marcan un hito en el camino de nuestra vida, y en definitiva, nos vinculan. Y este lugar tiene para mí una vinculación especial que quiero compartir con vosotros.  

-Antes de mi compromiso con la memoria histórica, año 96, hace 20 años, cuando mi conocimiento de los detalles que rodearon al fatídico destino de mi abuelo era aún muy vago, aprovechando que pasaba un par de días en Astorga me acerqué a su cementerio. En casa siempre había oído que fue aquí donde le mataron, y que su esposa se había desplazado sola muchos años antes para preguntar al enterrador por los restos de su marido,  sin que nadie le diera cuenta de ellos. Esta hazaña de mi abuela que yo hoy califico de odisea, habida cuenta de que no sabía leer ni escribir y del alto coste emocional que sin duda le supuso llegar hasta aquí,  debió quedar prendida en algún lugar de mi memoria pues en mi visita relámpago a la ciudad en vez de dedicarme a conocer sus muchos encantos, me acerqué, yo también sola, con bastante timidez y vergüenza, he de confesarlo, al cementerio. La información que obtuve fue poca a ninguna porque poco o nada recuerdo. Lo que si sé es que ya  entonces había en mí una inquietud que pugnaba por salir. Inconscientemente estaba cogiendo el testigo de mi abuela.

-El segundo momento que visito este lugar, acompañada esta vez de mi familia, es en el mes de agosto de 2013, coincidiendo con la asistencia a un acto que organizaba Abel Aparicio relativo a desahucios. Habían pasado diecisiete años y yo ya sabía que mi abuelo estuvo enterrado en la sexta fila, cuarta sepultura, cuartel veintitrés y clase tercera de este lugar, según consta en la diligencia de enterramiento de la Causa 6/36 que en 2008 nos proporciona la ARMH, Asociación que viene trabajando desde entonces en la Memoria Histórica de Valderas y que arroja enorme luz sobre lo que le pasó.
La verdad es que se han dado grandes avances tanto en el conocimiento de los hechos como en la rehabilitación y dignificación tanto de mi abuelo como de los más de ochenta asesinados de mi pueblo tan vinculado con Astorga por la cárcel por la que muchos pasaron. Y quiero destacar en este punto la desinteresada y tenaz y rigurosa contribución de rehabilitación de Miguel García Bañales, y aprovechar este momento y lugar para agradecer públicamente todo su apoyo.
Pues bien, cuando vine en este segundo momento la sepultura no existía ya, y los restos de mi abuelo habían pasado a un osario común junto con los restos de cientos de represaliados que eran ya memoria colectiva, no individualizada.  

Sin embargo, es en este lugar y no en otro, donde descansan, convertidos en polvo y sombra, los restos de mi abuelo, de ahí que para los míos y para mí el cementerio de Astorga sea tan importante. Este es “mi” cementerio, he llegado a decir en algún momento. Porque aquí le matan, les matan, la aciaga madrugada del 9 de octubre del 36, a las 6,10 horas, mientras los disparos se oyen en la pequeña ciudad maragata, y atemorizada, y clerical y militar y llena de historia con mayúscula y de pequeñas historias de gente común, de gente sencilla, de gente de paso a veces, aunque algunos, sin haberlo imaginado nunca, llegaron a quedarse para siempre.

Este hecho lo referencio en el final del relato que lleva por título “los cinco de trasrey”,  y  que hoy traigo aquí en su memoria:   

Cuando los sacaron al patio del cuartel de Santocildes mi abuelo miró el cielo plagado de destellos rosas. Subidos en la parte de atrás de la camioneta salieron al campo. Mi abuelo vislumbró a lo lejos los majuelos preñados de uva y pensó que hoy iba a hacer buen día para los vendimiadores que dentro de nada empezarían la tarea. Y lo iba a decir. Pero al ver los semblantes sombríos de sus cuatro compañeros, fijos en las tapias del cementerio al que se iban acercando, se quedó callado.
Mientras los bajaban de la camioneta oyó el canto de un pájaro, tal vez un jilguero rezagado. No supo si ese sonido era real o producto de su imaginación hasta que lo oyó de nuevo. Y frente al pelotón de fusilamiento se refugió en ese sonido que ahora, de forma casi continua, no dejaba de oír en su cabeza. Y seguiría sonando todos los amaneceres, para los que se quedaban y los que como él y sus compañeros, ya no estuvieran.

Este final, aunque lleno de horror, deja en mi opinión una puerta abierta a otros amaneceres de destellos rosas, de sonidos de pájaros, de frutos preñados, para las generaciones siguientes. Pues “los mataron, sí, pero los muertos tenían vivos y los vivos Memoria”. Y las generaciones siguientes seguimos y seguiremos defendiendo su nombre y su memoria frente al olvido, sin rencor, pero con convicción, con tenacidad, sin cejar en el empeño.
Por ellos, por todos Ellos, defensores y mártires de la libertad, portadores de sueños, que en la trinchera de la vida que les tocó vivir lo dieron todo y todo lo perdieron, que en este 85 aniversario pero también todos los días merecen nuestro reconocimiento y recuerdo

 Viva la Republica !!!





domingo, 10 de abril de 2016


NOOOOOOO...

Simpático el anestesista. Al ver mis bíceps tan desarrollados me preguntó si practicaba baloncesto. He oído que siempre preguntan para que uno se vaya relajando. Me dijo que me quedaría sopa enseguida, pero siento el cosquilleo del bisturí, je, y sigo despierto. Notó una incisión profunda en mis tripas y una voz alarmada diciendo “¡Qué coño haces, déjame a mí!”. Unas manos hábiles indagan en mis vísceras, es como si me estuvieran vaciando. Ahora las vuelven a colocar, cosen en silencio. Me cubren entero con una sábana traslucida, me trasportan a un cuarto oscuro. No sé el tiempo que ha pasado cuando oigo unos pasos, descubren mi rostro y veo a mi a madre que llora, me besa en la frente, quiero decirle estoy bien, intento hablar, pero no puedo, me tapan de nuevo, ¿qué pasa?, noto que me cambian de sitio, ahora estoy en un lugar más oscuro y hace frío, cada vez más frío, Nooooooooooooo.

domingo, 3 de abril de 2016


COMPAÑIA



Han pasado quince años desde que Juan la abandonó. Pero como todos los días a las cinco en punto de la tarde, Fanny dispone sobre la mesa camilla dos tazas de café desportilladas en la que hoy, además, reposa una carta sin abrir dirigida a ella, con el remite del Hospital de Santa Fe.
Sirve el té humeante y, con un leve temblor, acerca la taza a los labios, mojándolos apenas.
-Qué raro- enuncia en voz alta- ése es un hospital de terminales...
Echa la carta al fuego y, ahora sí, bebe un largo sorbo. Con voz impostada, ligeramente infantil, pregunta:
-¿Recuerdas, Juan, cuando nos conocimos? Era abril, fíjate, y nevaba.