jueves, 29 de mayo de 2014



NUBES




El apartado “Nubes” surge a raíz de la lectura de “Autorretrato” de Édouard Levé (París 1965-2007), libro para mí brillante y sorprendente y demoledor a partes iguales.
Al igual que “Autorretrato”, “Nubes” lo componen frases cortas en las que expreso mis afectos, preferencias, deseos, recuerdos infantiles, impresiones y, como escribió Teresa a secas en un libro de ocasión que compré en el 82 en cuesta Moyano, divago acerca de “la vida, lo más bello, lo único y lo más doloroso”. Se trata, pues, de la parte más personal, más intima de mí misma.
El nombre de “Nubes” tiene que ver con el hecho de que cuando las escribo las cuelgo en la otra nube o araña virtual.


                                                         
                                                          
Nube I
De todas las habitaciones en las que pernocto siempre acabo durmiendo en el lugar de la cama que está más cerca de la ventana. Me gusta escuchar el silencio. Si pudiera elegir entre todos los meses del año elegiría septiembre, si pudiera elegir entre todos los días de la semana elegiría el viernes. Paradogicamente la gente de ideas más conservadoras es que mejor se adapta a los cambios. Cuando quiero evadirme de la realidad voy de compras. Cuando quiero saber de mí le pregunto a las olas.
(7/2/14)

Nube II
Siempre he sentido inclinación por la gente divergente y los comportamientos heroicos. Para escribir elijo cuartos interiores cerca de la cocina donde se aderezan las cosas que luego alimentan. Hace unos días leí que la nostalgia es una cita sutil con el pasado, creo además que puede ser anhelo de lo no vivido. Jamás he conseguido leer un manual de instrucciones entero.
(11/2/14)

Nube III
Vivir a veces se convierte en un acto diario de imaginación. Cuando viajo en coche me fijo en los postes de la luz y catenarias, en los molinos de energía eólica, en los fardos de paja, en las placas de energía solar, en general en todo aquello que visto en perspectiva y movimiento forma líneas que se pierden en el horizonte. Las pocas veces que me aburro me invade un sentimiento infinito de desvalimiento. Necesito estar creando. En ocasiones se ayuda mejor en la distancia.
(15/2) 

Nube IV
Uno de los primeros recuerdos que conservo de mi infancia es la imagen de una niña corriendo en las eras con un vestido amarillo de soles. En un terraplén enterraba mallas y ajos de cigüeña que cubría con un cristal y un montoncito de tierra, pese a marcar con una cruz el lugar exacto de mi tesoro jamás lo encontraba. También había una caseta de adobe y un pozo profundo, protegido a la curiosidad infantil por alambre duro, trenzado. En las eras de mi infancia estaba contenido el universo todo.  
(20/2/14)                                                                                                                           
Nube V
Con los afiladores portando su caja de chispas y el sonido candente de la filarmónica llega la lluvia o tú. Los temas universales de la literatura, lo mismo que ocurre con la vida, son el amor y la muerte. L' écrivain decía hace mil años que lo mejor de una mujer es lo que la rodea. Para levantar su autoestima había empezado a escribir cartas a su ex-amante muerto. No, no fue ella quien lo mató, lo hizo, poco a poco, la vida. El aire huele a amarillo mientras llega la primavera. Sentir, el caso es sentir.
(19/3/14)

Nube VI
Lo que no conocemos no existe para nosotros. Estamos hechos además de agua de palabras -luz, sombra, trinchera, albur, pericia, alfajor...-. La palabra, decía Antoine de Saint de Exupéry, es fuente de malentendidos. En el primer “Rodea el Congreso” de 25/9/12 el mendigo con bolsa verde dijo que había mucha gente dispuesta a echarse a la calle por defender la casa y el pan. El fotoperiodista Czuko Williams hablaba ayer de que en el proceso de resistencia ciudadana de nuestro país se estaba dando un paso al frente encaminado a la acción. Mientras amanece, que es bastante, seguiré divagando “sobre la vida, lo más bello, lo único y lo más doloroso”. El entrecomillado lo escribió Teresa el 16/10/82, en una hoja al final del libro  “El amante de Lady Chatterley” que compré usado en Cuesta Moyano, y que suscribo plenamente.  
(26/3/14)

Nube VII
Cada día trae una nube distinta.
Hay "nuberus" de tormenta que como movidos por voluntades caprichosas se divierten provocando galernas y arruinando cosechas y ganado, también hay nubes de agua que funcionan como un bálsamo para las heridas incarceradas, y las hay algodonosas que bajo un cielo azul dibujan amables formas.
Sí, es cierto, hay días de cielos plomizos, sin nubes.
No se pueden escoger las nubes, como no se puede escoger nada relacionado con los fenómenos atmosféricos. Pero si pudiera elegir, elegiría nubes de palabras -amistad, valor, pan, ola, alero, golondrina- y tumbada en la hierba las vería pasar y leería en ellas como quien lee un libro.
2/4/14) 

Nube VIII 
La mayor parte de mis reflexiones las hago sobre todo por la mañana, en la ducha. La lluvia me da ganas de escribir de modo poético. Lo real, la vida, está en los fogones, en las estaciones de servicio, en los pliegues de las faldas de tubo de las mujeres que caminan, en los puños que se elevan, en los dedos que se tocan, también en las revoluciones intestinas que surgen de quince en quince años. Hoy me pareció ver a Ícaro surcando el cielo con sus alas de pájaro. Y sigue… la vida.
(23/4/14)

Nube IX
Recordar, del latín re-cordis, significa volver a pasar por el corazón. El olvido, que decía Benedetti, la desmemoria, están llenos de recuerdos. Vio el mar por primera vez a los doce años, pero ya lo había visto antes en la pecera tintada de agua azul en la que pegaba gupis, neones, escalares, coridonas, combatientes y otros peces cuyos nombres no recuerda recortados de un libro de fauna acuática. No, no es que ayer fueran las cosas distintas, lo que cambiaba era su mirada. El ayer, apreciación selectiva y engañosa, de la memoria.
(14/5/14)

Nube X
Asomo la cabeza al patio interior y el cielo de mediodía me devuelve un toldo desvaído, plomizo. Son las 14'09 horas de un instante irrepetible, por eso escribo despacio, en un intento de tensar el tiempo, de domeñarlo, de aprehenderlo como burbuja de jabón en las manos estiradas del señor mago. Mientras... el guiso borbotea a fuego lento. Cruza,rápida, una paloma, dejando al pasar su arrullo de espuma. Las palomas son las gaviotas de la ciudad, de cualquier cuidad. Es la hora de comer, en el piso de arriba se escucha un chasquido de cubiertos. Apago el fuego.
(21/9/14)

Nube XI

Me pregunto adonde van los e-mails que nunca llegan a su destinatario. No sé que hacer con la mirada cuando todos los ojos se posan en mí. Siempre me estremezco cuando oigo el reclamo de la filarmónica del afilador en la calle, ese sonido de cobre. Ayer mismo volví a ver a menos de un metro de distancia la desesperanza. Es una pena que algunos adultos rechacen a su eterno niño. Hablo conmigo misma cuando necesito calma.
(30/9/15) 


NUBE XII
Me produce un extraordinario placer escribir en el reverso de las hojas de los calendarios gastados. Mientras me miraba en el espejo llegué a la conclusión de que no me quiero creer mejor de lo que soy, pero tampoco peor. Confieso que el mundo virtual ha cambiado mi vida, también la fotografía, no porque haga buenas fotos, sino porque antes era incapaz de coger una cámara en mis manos y ambas cosas ocurrieron casi al mismo tiempo. A veces necesito asirme a consignas del tipo “mirar al frente”, “adaptarme, cual junco verde mecido por el tiempo, a los cambios”, “hacer el bien”, “conocerme a mí misma” (mis reacciones, mis limitaciones, mis miedos). Sería bueno, que en los parques públicos de las grandes ciudades abrieran confesionarios laicos y anónimos, sin necesidad de perdón o absolución. Miro por el rectángulo de la ventana -atalaya que tengo en el techo-, parece que clarea. 
(11/11/15) 

Nube XIII
Algunas veces vivir se convierte en un acto sobrehumano de imaginación, también de valentía. Una mañana Sísifo se cansó de acarrear su piedra hasta lo alto de la montaña, se tumbó en un banco y se puso a mirar las nubes imaginando objetos dispares (una barca, una caracola, un hula hoop), nadie, os puedo asegurar, le echó en falta. Escribo mil notas en mil sitios diferentes que luego no encuentro, de pequeña lo hacía en los libros, también dibujaba caras. Clinofilia, monodosis, cebollododolido, durazno, histrión, ..., estamos hechos de palabras, también de sueños.

(7/1/16)


Nube XIV
¿Con que sueñan las nubes? ¿A qué se debe que sus formas variables un día emulen ángeles-músicos, otro sirenas, otro pegasos del color de la nieve? ¿Por qué lloran a veces contagiándonos de su tristeza? ¿A qué huelen, dí, y de que se alimentan y a que saben? ¿A quién buscan cuando se desplazan veloces, saltarinas, tan alocadas que parece que en cualquier momento, pero no, fueran a salirse de sus contornos? ¿Por qué se enojan, principalmente en verano, y les da por soltar truenos y centellas? ¿Qué imaginan cuando ven cohetes en el cielo bajo? ¿Y cuando extasiados las miramos? ¿A quién aman, si es qué aman? ¿Tal vez a ése que a estas horas de la retirada les habla bajito para que soñolientas dejen paso a la noche y sus rivales estrellas? Todo esto me pregunto mirando las nubes de paso, que altivas, pizpiretas, me ignoran.
(7/6/16)


Nube XV
En agosto me agoto. Me gusta jugar con las palabras como si fueran plastilina, -decir por ejemplo valderina en vez de valderense o púbica en vez de pública-, contorsionarlas, rebautizarlas, es una forma de ilusionismo, también de hacerlas más propias. El miércoles pasado, después de dormir veinte horas seguidas y de ver que el mundo seguía exactamente igual, me di cuenta de que era yo quien debía tomarme las cosas con más calma. Por las noches casi no sueño y lo lamento. Últimamente me asalta el pensamiento recurrente de que los atajos no existen, y está bien, o muy bien, pues ello me obliga a seguir por el camino más recto. Agosto fluye entre perdidas varias, -algunas irreparables-, calor criminal, hermosas puestas de sol y, a veces, como hoy a las dos de la tarde, una calma chicha.

(24/8/16)


Nube XVI
Hay días de nubes algodonosas bajo un cielo sosegadamente azul, días de nubes indiferentes, -esos en los que uno está tan ajetreado que ni mira para el cielo-, días literalmente sin nubes, pero también los hay de tormentas. Ayer fue uno de esos días. Somos química. Pocas cosas me acercan más a la química que una tormenta, y ayer, mientras se hacía súbitamente de noche, las gotas caían como guijarros y un olor ancestral y primitivo inundaba el aire, quise juntar la química de la nube negra que se avecinaba con mi propia química, acocharlas juntas. Y hasta lo logré un poco. Hay veces que el desamparo propio necesita del abrazo de una tormenta de mayo. También pensé, ya ves tú, que de poder elegir me gustaría venir de una nube y volver a ella. Pero todo tiene su instante y pasa y siempre que ha llovido a escampado. Los únicos que permanecen inalterables son tal vez, como dijo Holdel Caulfield de "El guardián entre el centeno", los objetos de museo.
(24/5/18)



Nube XVII
El sábado al despertar de siesta abrí la ventana del patio interior para ver si se había secado la ropa y por primera vez desde que vivo en este edificio, y ya va para dos décadas, escuché con sorpresa unos gemidos placenteros de mujer que más tarde, al pensar sobre ellos, me sonaron a música. No puedo precisar de donde procedían, pero al tener un piso debajo de mis pies y cuatro sobre mi cabeza, hay más probabilidades de su origen fuera de los pisos que están más cerca del cielo que de la tierra, aunque eso, ¿quien lo puede saber?... Mientras paseaba cualquier mediodía por el Retiro buscando hojas muertas pensaba que lo más bonito del otoño está aun por llegar. Últimamente en el patio interior de mi casa he oído también con sorpresa el llanto de un bebé, se oye últimamente tan poco llorar a los niños… La primera vez que escuché unos gemidos parecidos a los del sábado, aunque mucho más prolongados en el tiempo, fue en un hotel de Zaragoza, ya casada, que viví con tremendo rechazo. Desde entonces ha llovido unas cuantas primaveras y ha escampado. Creo que los patios interiores, lo mismo que cualquier sitio, pueden dar lugar a interesantes historias si se está atento al murmullo silencioso que circula en ellos mientras la ropa sigue tendida y yo me pregunto por la relación intestina que une acaso dolor y placer.

(24/10/2018)



Nube XVIII (que se hace mayor  de edad o también nube del último día del año).

En el último día del año limpio el alféizar de la ventana de mi patio interior, mientras mis pensamientos fluyen fugaces como pájaros. Trato de cazarlos al vuelo, pero ellos, renuentes, rebeldes, no se dejan. Cojo el reverso de la última hoja del calendario, -que tengo la manía de escribir en el reverso de las hojas agotadas de los calendarios ya lo dije en otra nube-, y con el boli en mano y en un acto de reflexión interna intento hacer balance del año…, imágenes de momentos muy gratos y otras de momentos menos gratos van y vienen de forma anárquica, inconexa, sin dejarse aprehender… Así estoy un tiempo indeterminado hasta que la luz de mediodía hace presencia en la estancia como una sonrisa, como una aprobación de vida. Es cuando me doy cuenta de lo inútil de mi balance. Así que, consciente que hay cosas que mejorar, que hay cosas que no mejorarán, pero  también que todo es relativo, no somos más, -tampoco menos-, que una gota en el océano, que un grano de arena en el desierto, que polvo fugaz de estrellas, doy gracias al año que termina. Con el deseo de que el año próximo nos siga sorprendiendo jugando a eso único que cada uno de nosotros podemos hacer, que es vivir, me levanto, sigo limpiando el alféizar. 
(31/12/2018)

Nube XIX
Me pregunto porque siempre tenemos la convicción de que lo que perdimos (un texto que se nos borró, una foto...) es nuestra mejor obra. A veces me quedo ensimismada mirando un punto de fuga que tal vez solo existe en mi cabeza. Lo mismo que es una pena que no haya confesionarios en los parques públicos también lo es que en los kioskos no vendan ilusiones a granel. Como casi nunca consigo recordar lo que sueño -y mucho menos íntegramente-, compro sueños de primera y segunda mano, máxima tasación. No me gustaría abandonar el mundo sin haber roto, al menos, media docena de platos. Me muero de ganas porque llegue el amarillo, la mimosa.
(12/2/2019)






martes, 27 de mayo de 2014

 

Carta a mi abuelo José o acercamiento a una ausencia.



 Monumento a los fusilados de la Guerra Civil
en el muro oeste del cementerio de Astorga


El trece de abril de 2014 en el contexto de las VII Jornadas Republicanas organizadas por el Ateneo Republicano de Astorga y en representación de los cientos de fusilados durante la guerra Civil en el Cementerio de Astorga, se rindió homenaje a mi abuelo José Gómez Chamorro y cuatro compañeros más de la localidad de Valderas, Pacífico Villar Pastor, Teófilo Alvárez García, Vicente Rodríguez González y Germelino de Lera Caballero, fusilados el 9 de octubre de 1936 en sus tapias.

Tuve la oportunidad de “acercarme a su ausencia” leyendo una carta que fue una devolución simbólica a la que él nos dejó como legado.

Memoria positiva se denomina a todo tipo de actos que tienen como fin devolver la dignidad a los que nunca la perdieron, así como sacar a la luz unos hechos que durante más de cuarenta años de represión franquista estuvieron soterrados, y en tanto fluye la verdad de lo ocurrido se hace justicia y se busca una reparación simbólica.    




Esta carta que te escribo dice así:

Es difícil expresar con palabras sencillas todo el vacío que dejó tu ausencia entre aquellos que te conocieron, también entre los que no lo hicimos….

De pequeña muchos mediodías se hablaba de ti en la mesa, conversaciones que iniciaba mi padre cuyo dolor yo por entonces no acertaba a comprender.

Es verdad que te mataron, sí, “muerte de matar, no de morir”, y no en el frente, donde se supone que se hacen las guerras. Un mal día te sacaron de la panadería en la que trabajabas y te trajeron aquí, a la prisión de esta ciudad… Pero si eso ya había pasado hace tantísimos años, ¿a qué seguir hablando de ello?

Yo no entendía, y las conversaciones se sucedían en la mesa dolientes, densas, desasosegantes.

 Cuando el 7 de mayo de 1995 murió mi abuela, tu mujer, esa mujer menuda y nerviosa, siempre vestida de luto y en duelo permanente, llevó consigo a la tumba la carta de despedida que escribiste la aciaga madrugada del 9 de octubre de 1936. Me preguntaron si quería una copia. Dije que sí. En la soledad de una habitación a oscuras leí tu carta y lloré largamente la muerte reciente y la lejana, que ese día ya no me pareció tan lejana. Lloré la muerte de los dos. Ése fue mi primer acercamiento a tu ausencia.

 Todas las cartas de los condenados a muerte en esta guerra incivil son muy parecidas: hablan de la cosecha, de deudas pendientes, de asuntos cotidianos que os preocupan, “dile a tu hermano que recibí las veinticinco  pesetas, sacas la ropa al aire para que no se apolille”, dan consignas en las que afloran vuestros últimos deseos, “querida esposa, en estos últimos momentos que son muy tristes lo único que te pido es que mires por nuestros hijos”, se lamentan de su mala estrella, “ya que yo tengo la desgracia a ver si tu padre tiene más suerte que yo”, quieren, en un deseo póstumo de transcendencia que se os recuerde y que vuestra muerte tenga un sentido, “conservad todo lo que os mando para que el día de mañana podáis decir que nadie lo borre, que mi nombre no se borre de la historia”, dan ánimos para sobrellevar el peso de la desgracia que, como seres tocados por el misterio de la muerte, ya adivinan para sus esposas e hijos, “se me olvidaba decirte que no pegue nadie a mis hijos”, piden perdón por el daño que hayan podido causar y lo dan, dan ese perdón, y algo muy llamativo, a mí al menos me lo parece, quieren que no se guarde rencor hacia aquellos que os robaron vuestro proyecto de felicidad futura, “no maldigáis a nadie y perdonad a todos como yo lo hago”.

 Habían de pasar años para que me acercara un poco más a ti. En 2008 la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica le entrega a mi padre, tu hijo, la Causa 6/1936 y más tarde la 349/36, Causa General de Valderas.

A través de ambos documentos me enteré que fuiste detenido entre finales de julio y principios de agosto de 1936 junto con 177 hombres más de Valderas de tendencia política de izquierdas y trasladado a la cárcel de Astorga.

Estando detenido, el día 17 de septiembre de 1936 le requisan a tu paisano Pacífico Villar Pastor, también preso, una carta escrita en forma de clave (en la que se establecía un paralelismo entre los términos del campo de Valderas y las provincias de España) que iba a entregarle a su novia en su visita a la cárcel ese día y cuyo objeto era obtener información sobre los avances de la guerra. Le requisan esa carta, inculpándole a él y a cuatro paisanos más entre los que te encontrabas, y os acusan de delito de traición por el art. 222.7 de un viejo Código de Justicia Militar que data de 1890 condenándoos a los cinco a la pena de muerte.

La causa 6/1936, ciento treinta y tres fotocopias borroras contenidas en un archivador blanco, estuvo guardada en un armario de la casa de mis padres hasta que en abril de 2010 me dispuse a leerla y a escribir el relato “los cinco de trasrey”. Y cuando lo hice, cuando me metí en tu piel, en tus incertidumbres, en tus preocupaciones, en tus miedos, ya no me pude desligar de tu destino. De alguna manera estuve en esos muros del Cuartel de Santocildes de Astorga llenos de lamentos, en esos jergones de paja, en los sopicaldos sin sustancia que acrecentaban el hambre en vez de mermarla, en las conversaciones llenas de silencio y malos presagios, en el olor a humanidades compartidas, en cierta confianza, “nada nos puede pasar si nada hemos hecho”, que a medida que avanzaba el procedimiento sumarísimo se iba truncando en desesperanza e impotencia, “como unos hombres que no conozco de nada quieren arrebatarme la vida”, y te acompañé en tu última, postrera noche, en tu último viaje a las tapias del cementerio municipal en el que ahora estamos, mientras te refugiaba, me refugiaba del horror, en el canto de un jilguero…

El final de “Los cinco de trasrey” dice así:

“Mientras los bajaban de la camioneta, oyó el canto de un pájaro, un jilguero, seguro. No supo si ese sonido era real o producto de su imaginación hasta que lo oyó de nuevo. Y frente al pelotón de fusilamiento se refugió en ese sonido que de forma casi continua, no dejaba de oír en su cabeza. Y seguiría sonando todos los amaneceres, para los que quedaban y los que, como él y sus compañeros, ya no estuvieran”.

 El lugar exacto donde sepultaron tus doloridos restos, según la Diligencia de Enterramiento, fue la sexta fila, cuarta sepultura, Cuartel veintitrés y clase tercera de este lugar.

Astorga, la cárcel, su cementerio, fueron siempre en nuestro imaginario un lugar importante de memoria, y de una fuerte  carga emocional porque aquí, exactamente aquí, ocurrieron los hechos y aquí, en este camposanto, descansan, convertidos en polvo, tus doloridos huesos. 

Mi abuela, sobre el año 82, vino un día al cementerio y preguntó por el lugar donde descansaban tus restos y el enterrador, que ya no era el de entonces, le dijo que los habían cambiado de lugar y no le dio mucha solución. Recogió en este sitio dos piedras que durante años permanecieron en su mesilla de noche. Curiosamente, por esas extrañas causalidades que gobiernan las cosas, el pasado mes de agosto visitamos el cementerio y sin saber el asunto de las piedras, yo también cogí una como recuerdo.

Nuestro origen es humilde y valoramos la tierra, sus guijarros.

¿Qué decirte abuelo? Es difícil elegir entre todas las palabras del mundo lo que se puede decir a una ausencia.

Lo intentaré, no obstante.

Lo primero de todo decir que el espacio que ocupa el vacío dejado por una muerte no natural, “muerte de matar, no de morir”, es enorme, inconmensurable.

Decirte que no tienes que pedir perdón, como escribes en tu carta de despedida, porque nada malo hiciste. Tú fuiste una víctima inocente, al igual que cientos de víctimas inocentes, ni siquiera estabas entre los más destacados, pero dio la casualidad que tuviste mala estrella. Mártir de la libertad, como con plena lucidez te defines a ti mismo en tus últimos momentos.

Decirte que tu legado no es un legado material, del orden del tener, nada tenías, sino que es un legado mucho más importante, un legado de los grandes, pues nos dejaste tus ideas.

Decirte que nos dejaste, por encima de todo, la dignidad que nunca perdiste.   

Decirte que allá donde estés, cielo, tierra, amaneceres, horizontes, nube, árbol, pájaro, polvo o tumba, te recordaremos, y mientras lo hagamos, no habrás muerto del todo.

Decirte que honraremos tu memoria y defenderemos la verdad que durante tantos años te fue y nos fue negada.

Gracias a la perseverancia de tu hijo Antidio, de tu hijo José ya fallecido, de tu hija Manuela, se ha hecho posible que tu nombre no caiga en el olvido. Hoy tu hijo y nietos estamos aquí para coger el testigo y honrarte. No, rencor no tenemos, no estaba en las enseñanzas que recibimos, solo queremos decir con voz alta, clara, lúcida, la verdad de lo que pasó. Y que se haga justicia y que no nos manipulen ni confundan cambiando los términos de la historia.

Acusado de traición, ironías de la vida, según el art. 222 nº 7 de un viejo Código de Justicia Militar. ¿Traición a qué? Cuando fueron ellos, los golpistas, los que contravinieron el orden democráticamente elegido.

 Decirte, por último decirte, y decir a todos los presentes que es para nosotros, tu familia, un honor estar aquí, más cerca de lo que nunca estuvimos de donde descansan tus restos, y acariciar con palabras de amor, con palabras altas y claras, tu sombra o polvo.  

En la víspera de la proclamación hace 83 años de la II República y en defensa del ideal democrático en el que creíste y defendiste:

¡Viva la República!

 
"En la calle de las sombras eternas
al fondo donde las miradas de los cipreses
no traicionan a los camaradas".


sábado, 24 de mayo de 2014


Fotografiar es escribir la luz y el Haiku es un tipo de poema japonés antiguo y muy breve (5-7-5 sílabas) que pone de manifiesto el arrobo que provoca la contemplación de la naturaleza y el  paso del tiempo y de estaciones. 



La combinación de ambos yo la llamo Fotohaiku.  




(1)


Entre las ramas
de plátanos en sombras
huye febrero.




(2)

 Caminar sola
escuchar los acordes
del pensamiento.




(3)


Flor de cerezo
rebosa por los poros
la primavera.




(4)


Volcar en la mar
el fardelillo triste
de sombras muertas.




 (5)


 El domingo huye
entre latidos de olas
y aire marino.




(6)


Claveles chinos
jalonan de naranja
la primavera.




(7)


Era la rosa
espejismo de abril
y duermevela.




(8)



Despido abril
entre fugaz belleza
y sombra absorta.




(9)


Tras el abismo
resurge la belleza
de la leve flor.



(10)


Pueblan Ezcaba,
corazones, Memoria
y hondo silencio.




(11)


...¡Si la leve flor
bastara para sanar
su universo...Ay!




(12)


Tintinea la flor
sedienta de caricias
y corazones.




(13)


Soñó otra infancia
de columpios marrones
de nubes quietas.


(14)



Silente escarcha,
muda se deposita
entre las hojas.


(15)



Amanecida,
entre tejados rojos
e inconsistencia.




(16)



Juntando letras
en la vieja máquina
germina el haiku.


(17)



Un sol impostor
que enmascara la helada
el glacial frío.




(18)



Por un instante
retorna la mirada
a lo invisible.


(19)



Muy lentamente
el día se acicala
en el espejo.




(20)



El mar, el cielo
disertan en un punto 
del horizonte.



(21)


Una luz tibia
abraza la soledad
de su silueta.




(22)


Mar de olas verdes
que a su paso deja
agreste estela.




(23)


Con vientos nuevos
sueñan las hojas secas
en el tejado.




(24)


Tenue rocío
en vegetal silencio
mece la rama.





(25)


Entre las sombras
la vida se reafirma
y reverbera.




(26)


Un eco propio
en la umbría del bosque
se abre camino.




(27)


Y renovados
 abrimos la cancela
al nuevo día.




(28)


Sobre la pared
se solaza la sombra
y la mirada.




(29)


Ropa tendida
en un secarral árido, 
ocre, infinito.




(30)


Al atardecer
se recorta la sombra
en la escalera.




(31)


Añil pasión
colmada de rocío
se entrega al dia.




(32)


Tras el derribo
la luz de nuevo emerge
y se reinventa.




(33)


Ella, la diosa,
proyecta una cadencia
de patina y luz
(Ella la diosa, 
a trece de enero 2019
ya no está, ni está su sombra).




(34)


El cielo mira
en remansadas aguas
y quiere ser pez.





(35)


Entre adoquines
camina el caminante
buscando un credo.


(36)


Una pena azul,
al sentir el olvido
la decadencia.



(37) 


Septiembre late
entre luz de membrillos
entre horas lentas.



(38)


Hacia ocres hojas
muda la acacia el color
cual crisálida. 





(39)


A la hoja quieta,
el caminante fugaz 
cuenta sus sueños.


(40)


De entre cenizas
con un cielo de fuego
renace el día.


(41)


En el camino
crepita la hojarasca
mece el silencio.



(42)

Hojas corazón
abrigan la gris tapia
y la humanizan.


(43) 


Llueven las hojas
un aguacero amarillo
inunda el suelo.




(44)

Silentes troncos 
miran tras el azogue
de las hojas muertas.




(45)

Llora la gota
añorando la helada
el frío invierno.



(46)

Cardo de invierno
que torna en luciérnaga
la fría escarcha.



(47)

Anhelando ya
un cielo de bálago
y de ocres olas.


(48)

Danzan las sombras
al ritmo de la tarde
y su cadencia.



(49)

Despunta el día
entre portillas, brumas 
y ecos azules.


(50)

Como la yedra
se abraza al tronco recio
 y mimetiza.


(51)

Prodigio de luz
que nace de la sombra
y su caricia.


(52)

Teje su tela
de ensueños, su universo
de amaneceres.


(53)

Tras las espinas
esconde su tesoro 
y su agasajo.



(54)

Al cielo raso
elevan sus miradas
tres cuerdas flojas. 



(55)

Una mirada
un soplo azul del viento
una eternidad.



(56)
Entre la umbría 
se cuela un haz de luces
y su misterio.



(57)

En sus anhelos
la abalea sigue al sol,
quiere ser aire.



(58)

Huellas de tarde,
que proyectan su sombra
y su cadencia.



(59)

Renace el día,
de un nevado resplandor
visten las flores.


(60)

Bellezas muertas
sobre el alambre penden
sus mudos rastros.