sábado, 17 de mayo de 2014

Mi abuela



Su risa era como el titilar de un cascabel y su voz tranquila. Pese a todo tenía carácter.

Disfrutaba de pequeñas cosas, un helado, un paseo por el Altafría tirando piedrecillas para calcular los tramos, “una labor de ganchillo” bien hecha, no puedo concebir un trabajo confeccionado por sus manos que no lo estuviera.

Tenía una hermosa casa de dos plantas, un desván al que nunca subí (la vida en los espacios inferiores era tan intensa que no fue necesario) y un corral enorme con jardín bien delimitado, tinaja, gallineros, caedizo, cuadra, del que no le importó exiliarse cuando hubo que hacerlo… Y si le importo nunca lo dijo. Entre los tesoros escondidos en la cocina económica recuerdo vivamente una piel recién mudada de serpiente.  

"Se  muere como se vive", me dijo una vez una doctora de paliativos, y ella que tenía la naturaleza de un roble lo hizo en paz. Tal vez sin saberlo conocía el secreto de la vida.

Nació en mayo, el mes de las flores, en el año doce del siglo pasado, tal día como hoy.

Era mi abuela, para mí la mejor de las abuelas.

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