domingo, 21 de junio de 2020

Mirando el futuro







Repaso las fotos hechas en el móvil durante el estado de alarma y todas ellas me dejaron un poso, una sensación muy concreta del momento en que fueron sacadas. "Detrás de cada imagen hay siempre una historia", me decían hace unos días, y es verdad. El sentimiento general que me devuelven esas imágenes es de recogimiento, de alerta, de preocupación y, me cuesta decirlo, pero también de miedo, de mucho miedo, de miedo con mayúsculas, a veces con picos más altos, siempre prolongado en la sucesión de días.
El final del invierno y la primavera se la llevó el virus y nos dejó un enjambre de paranoias, aislamiento, temores..., que estoy segura que irán saliendo poco a poco, como no puede ser de otra manera. La muerte este año se está cebando (por la Covid-19 pero también por enfermedad) con familiares, amistades, amistades de amistades, conocidos, pacientes.... demostrando así su omnipotencia.
Empieza, parece, una nueva etapa que coincide con el verano y la posibilidad de retornar con precauciones a los lugares de apego. A pesar de que el futuro es incierto, me siento relativamente contenta de seguir en el camino, de sumar, de tener más interiorizado que somos tan vulnerables, mortales y efímeros como una gota de lluvia en el universo, algo para lo que la sociedad nos tendría que preparar, pero la sociedad no sabe más que de maquillajes, afeites, disimulos y vendas en los ojos.
Buen verano.
(Fotograma de la peli Cold War vista el 14 de marzo del año de la pandemia).

domingo, 14 de junio de 2020

Microcuento.
Mirena y el señor Matías se han cogido un afecto especial y eso se nota, sobre todo, en las miradas. Porque lo cierto es que el anciano no puede hablar, tampoco moverse. Sujeto como está las veinticuatro horas del día a esa cama de hospital, casi la única alegría que tiene es la llegada de la desconocida que apareció un buen día y le hace compañía por las noches.
Hoy se le acerca, le susurra al oído:
-¿Quiere que le cuente un pecado que no es pecado?
El señor Matías no puede afirmar con la cabeza, pero está deseando escuchar lo que la muchacha quiere contarle. Tras una pausa, ésta prosigue:
-Un pecado que no es pecado es robar libros. La primera vez que robé uno fue en una biblioteca. Cogí el libro más gordo, lo metí en mi mochila y me dirigí a la salida, parecía tranquila, pero por dentro temblaba. Disfruté tanto leyéndolo que desde entonces cada vez que encuentro trabajo en una casa, si tienen libros, robo uno. A veces dos, dos es lo más que he llegado a llevarme. Los dueños jamás se han dado cuenta. Ahora no elijo al tum tum, selecciono con premeditación y alevosía… y eso a veces me lleva su tiempo. Cuando acabó lo dejó en cualquier sitio, un banco de un parque, una cafetería…, pero guardo en una libretita el nombre de cada uno de los títulos. Cada libro entraña para mí la historia de cómo lo robé, además de la suya propia. Un día hablaré de todas esas historias y escribiré un libro: el libro de los libros robados.
El anciano piensa en lo lista que es la chica, y que por algo le cae bien, y le gustaría decírselo, y también le gustaría decirle que eso no es robar, sino todo lo contrario, pues a ver quien sino le iba a contar a él, más solo que la una, todas esas cosas interesantes. Pero no puede, claro.
Mientras, la chica saca de la mochila un tocho enorme que nunca hasta ahora le había visto. Lee:
-Canto I. Háblame, musa, del hombre de múltiples tretas que por muy largo tiempo anduvo errante.
Miguel Angel Paramio Rodriguez, Lucía Marcos Gómez y 33 personas más
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