Carta a mi abuelo José o acercamiento a una ausencia.
Monumento a los fusilados de la Guerra Civil
en el muro oeste del cementerio de Astorga
El trece de abril de 2014 en el contexto de las VII Jornadas Republicanas organizadas por el Ateneo Republicano de Astorga y en representación de los cientos de fusilados durante la guerra Civil en el Cementerio de Astorga, se rindió homenaje a mi abuelo José Gómez Chamorro y cuatro compañeros más de la localidad de Valderas, Pacífico Villar Pastor, Teófilo Alvárez García, Vicente Rodríguez González y Germelino de Lera Caballero, fusilados el 9 de octubre de 1936 en sus tapias.
Tuve la
oportunidad de “acercarme a su ausencia” leyendo una carta que fue una
devolución simbólica a la que él nos dejó como legado.
Memoria positiva
se denomina a todo tipo de actos que tienen como fin devolver la dignidad a los
que nunca la perdieron, así como sacar a la luz unos hechos que durante más de cuarenta
años de represión franquista estuvieron soterrados, y en tanto fluye la verdad
de lo ocurrido se hace justicia y se busca una reparación simbólica.
Esta carta que
te escribo dice así:
Es difícil
expresar con palabras sencillas todo el vacío que dejó tu ausencia entre aquellos
que te conocieron, también entre los que no lo hicimos….
De pequeña muchos
mediodías se hablaba de ti en la mesa, conversaciones que iniciaba mi padre
cuyo dolor yo por entonces no acertaba a comprender.
Es verdad que te
mataron, sí, “muerte de matar, no de morir”, y no en el frente, donde se supone
que se hacen las guerras. Un mal día te sacaron de la panadería en la que
trabajabas y te trajeron aquí, a la prisión de esta ciudad… Pero si eso ya
había pasado hace tantísimos años, ¿a qué seguir hablando de ello?
Yo no entendía,
y las conversaciones se sucedían en la mesa dolientes, densas, desasosegantes.
A través de
ambos documentos me enteré que fuiste detenido entre finales de julio y
principios de agosto de 1936 junto con 177 hombres más de Valderas de tendencia
política de izquierdas y trasladado a la cárcel de Astorga.
Estando
detenido, el día 17 de septiembre de 1936 le requisan a tu paisano Pacífico
Villar Pastor, también preso, una carta escrita en forma de clave (en la que se
establecía un paralelismo entre los términos del campo de Valderas y las
provincias de España) que iba a entregarle a su novia en su visita a la cárcel
ese día y cuyo objeto era obtener información sobre los avances de la guerra. Le
requisan esa carta, inculpándole a él y a cuatro paisanos más entre los que te
encontrabas, y os acusan de delito de traición por el art. 222.7 de un viejo Código
de Justicia Militar que data de 1890 condenándoos a los cinco a la pena de
muerte.
La causa 6/1936,
ciento treinta y tres fotocopias borroras contenidas en un archivador blanco, estuvo
guardada en un armario de la casa de mis padres hasta que en abril de 2010 me
dispuse a leerla y a escribir el relato “los cinco de trasrey”. Y cuando lo
hice, cuando me metí en tu piel, en tus incertidumbres, en tus preocupaciones,
en tus miedos, ya no me pude desligar de tu destino. De alguna manera estuve en
esos muros del Cuartel de Santocildes de Astorga llenos de lamentos, en esos
jergones de paja, en los sopicaldos sin sustancia que acrecentaban el hambre en
vez de mermarla, en las conversaciones llenas de silencio y malos presagios, en
el olor a humanidades compartidas, en cierta confianza, “nada nos puede pasar
si nada hemos hecho”, que a medida que avanzaba el procedimiento sumarísimo se iba
truncando en desesperanza e impotencia, “como unos hombres que no conozco de
nada quieren arrebatarme la vida”, y te acompañé en tu última, postrera noche,
en tu último viaje a las tapias del cementerio municipal en el que ahora
estamos, mientras te refugiaba, me refugiaba del horror, en el canto de un jilguero…
El final de “Los
cinco de trasrey” dice así:
“Mientras los
bajaban de la camioneta, oyó el canto de un pájaro, un jilguero, seguro. No
supo si ese sonido era real o producto de su imaginación hasta que lo oyó de
nuevo. Y frente al pelotón de fusilamiento se refugió en ese sonido que de
forma casi continua, no dejaba de oír en su cabeza. Y seguiría sonando todos
los amaneceres, para los que quedaban y los que, como él y sus compañeros, ya
no estuvieran”.
El lugar exacto donde
sepultaron tus doloridos restos, según la Diligencia de Enterramiento, fue la sexta fila,
cuarta sepultura, Cuartel veintitrés y clase tercera de este lugar.
Astorga, la
cárcel, su cementerio, fueron siempre en nuestro imaginario un lugar importante
de memoria, y de una fuerte carga
emocional porque aquí, exactamente aquí, ocurrieron los hechos y aquí, en este
camposanto, descansan, convertidos en polvo, tus doloridos huesos.
Mi abuela, sobre
el año 82, vino un día al cementerio y preguntó por el lugar donde descansaban
tus restos y el enterrador, que ya no era el de entonces, le dijo que los
habían cambiado de lugar y no le dio mucha solución. Recogió en este sitio dos
piedras que durante años permanecieron en su mesilla de noche. Curiosamente,
por esas extrañas causalidades que gobiernan las cosas, el pasado mes de agosto
visitamos el cementerio y sin saber el asunto de las piedras, yo también cogí
una como recuerdo.
Nuestro origen
es humilde y valoramos la tierra, sus guijarros.
¿Qué decirte
abuelo? Es difícil elegir entre todas las palabras del mundo lo que se puede
decir a una ausencia.
Lo intentaré, no
obstante.
Lo primero de
todo decir que el espacio que ocupa el vacío dejado por una muerte no natural, “muerte
de matar, no de morir”, es enorme, inconmensurable.
Decirte que no
tienes que pedir perdón, como escribes en tu carta de despedida, porque nada
malo hiciste. Tú fuiste una víctima inocente, al igual que cientos de víctimas
inocentes, ni siquiera estabas entre los más destacados, pero dio la casualidad
que tuviste mala estrella. Mártir de la libertad, como con plena lucidez te
defines a ti mismo en tus últimos momentos.
Decirte que tu
legado no es un legado material, del orden del tener, nada tenías, sino que es
un legado mucho más importante, un legado de los grandes, pues nos dejaste tus
ideas.
Decirte que nos
dejaste, por encima de todo, la dignidad que nunca perdiste.
Decirte que allá
donde estés, cielo, tierra, amaneceres, horizontes, nube, árbol, pájaro, polvo
o tumba, te recordaremos, y mientras lo hagamos, no habrás muerto del todo.
Decirte que honraremos
tu memoria y defenderemos la verdad que durante tantos años te fue y nos fue
negada.
Gracias a la
perseverancia de tu hijo Antidio, de tu hijo José ya fallecido, de tu hija
Manuela, se ha hecho posible que tu nombre no caiga en el olvido. Hoy tu hijo y
nietos estamos aquí para coger el testigo y honrarte. No, rencor no tenemos, no
estaba en las enseñanzas que recibimos, solo queremos decir con voz alta,
clara, lúcida, la verdad de lo que pasó. Y que se haga justicia y que no nos
manipulen ni confundan cambiando los términos de la historia.
Acusado de
traición, ironías de la vida, según el art. 222 nº 7 de un viejo Código de
Justicia Militar. ¿Traición a qué? Cuando fueron ellos, los golpistas, los que
contravinieron el orden democráticamente elegido.
En la víspera de
la proclamación hace 83 años de la II República y en defensa del ideal democrático en
el que creíste y defendiste:
¡Viva la República !
"En la calle de las sombras eternas
al fondo donde las miradas de los cipreses
no traicionan a los camaradas".
Gracias, salud, Jordi Grau, Valencia.
ResponderEliminarhttp://memoriarepressiofranquista.blogspot.com.es/2014/05/sol-la-tinaja-carta-mi-abuelo-jose-o.html
Gracias a tí, Jordi Grau. Salud y un abrazo.
Eliminarhttps://www.facebook.com/groups/231378513588537/permalink/701592906567093/
ResponderEliminarLa leo hoy, dos años después, y me emociona igual.
ResponderEliminarHay que seguir luchando por recuperar su memoria.
Gracias, Sol.
Salud.
Gracias, Pedro, seguimos, seguiremos. Salud igual.
EliminarLa leo hoy, dos años después, y me emociona igual.
ResponderEliminarHay que seguir luchando por recuperar su memoria.
Gracias, Sol.
Salud.