Paradise
Vio surgir como de la nada la figura grácil de la niña
y avanzar con sus trenzas titilantes, un dos tres, a la pata coja, por la
rayuela pintada en el cemento. Luego la vio apoyar los dos pies, cuatro-cinco,
y al compás del vaivén vaporoso de su vestido de flores, seis siete, seguir sin
resuello hasta alcanzar el Cielo. Fue entonces cuando levantó la vista y le
miró, como si desde el origen de los tiempos hubiera
sabido que estaba allí. “Talitaaaaaa”, oyó que la llamaban las amigas y la
imagen, espejismo de agosto y piruletas, se esfumó, pero su nombre quedó pegado
como un eco permanente a su oído. Verano tras verano la volvió a ver, ya sin
trenzas, ya marcando volúmenes y formas, ya sin rayuela.
“Talita”, le susurraba ahora respirando su piel con su aliento, mientras ella, una hoja temblorosa en sus brazos, se replegaba a su sueño.
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