miércoles, 21 de noviembre de 2018

DIGNIDAD ALGO MALTRECHA
En realidad lo que movió al vigilante jurado a rechazar el trabajo en el edificio de oficinas en el centro de Madrid no fue el turno de noche, -había trabajado por turnos muchas veces y sabía lo que era estar diez horas escuchando los partidos en la radio, haciendo sudokus o trasteando con el móvil tras un mostrador-, ni que no le gustara el lugar, ese edificio claustrofóbico de interminables pasillos con zócalos de madera, apliques macilentos y sillones de eskay, ni que el tipo que le entrevistó le sometiera a un interrogatorio propio de un agente de la CIA, -si hasta parecía querer saber el color de sus entrañas-, ni tampoco el infrasueldo inframileurista que apenas le llegaba para pagar el alquiler en un piso realquilado en Vicálcaro con tres inframileuristas más... 
No, nada de eso. La realidad real es que ya había estampado la firma en el precario contrato cuando el entrevistador le espetó con la mayor naturalidad del mundo que las cuatro noches que libraba al mes las sustituirían por un muñeco hinchable... total, nunca pasaba nada, y esas cuatro jornadas no se iban a notar. 
Entonces, como si le le echaran encima todas las horas de entrenamiento y ejercicio físico acumuladas, los títulos de Taekwondo obtenidos y las prácticas de tiro pagadas, rompió en pedacitos el papel que acababa de firmar, se giró sobre sí mismo y se fue a otra parte con eso único que le quedaba, que da titulo a este microcuento ilustrado.

Micro tándem Carlos Morcillo Santero/ Sol Gómez Arteaga

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