Eterna primavera
A Andrés el frío
que le entra por la ventana le hace recordar otro frío más antiguo, un frío de
cuando era un zagal de once años y a pesar de llevar los calcetines de lana que
le había hecho su madre siempre puestos, se despertaba en el chozo con los pies
entumecidos y acartonados y se los frotaba enérgicamente con las manos, primero
uno, luego otro, para activar la sangre y que entraran en reacción.
Al salir de la
cabaña ya el resto de pastores tomaban las sopas de ajo calentadas al fuego en
el puchero, y siempre había alguno que decía: “¡Qué! ¿Otra vez te has dormido? ¡Pues
ya sabes lo que toca!”, mientras su padre callado traquinaba la cabeza, como
dudando de su valía para las lides del pastoreo.
Pero lo cierto es que a él no le importaba recoger y apagar el fuego, mientras los
más mayores movilizaban el ganado para recorrer por accidentadas cañadas y
cordeles la veintena de kilómetros diarios, dirección norte, en busca de la
eterna primavera. Y es que su trabajo le gustaba más que nada en el mundo, le
tiraba sin remedio, como tendría ocasión de
comprobar años más tarde.
* * *
Había visto su
silueta a lo lejos, las manos sujetando su cintura de avispa, el cántaro a la
cabeza.
“Hola”, le dijo saliéndole
al encuentro mientras las ovejas, custodiadas por sultán, pastaban en la rastrojera. “Hola”, musitó la muchacha sin
detenerse. “Espera”…“He oído decir que esta noche hay baile en el pueblo ¿Vas a
ir?” “Tal vez”, contestó ella mirándole risueña un instante y prosiguió su
camino.
Al caer la tarde se
lavó en el río con jabón para quitarse el olor a animal que le acompañaba
siempre y se puso la camisa vieja, pero limpia, que su madre le había metido en
el fardel para las ocasiones especiales. Nada más entrar en la pista la vio,
sentada en un banco. La sacó a bailar al son de un pasodoble, tomándola por el
delicado talle y soportando su cálida y blanda mano entre la suya, como le
había enseñado un pastor veterano un día que habían practicado en el campo. Con
el primer baile supo que la chica se llamaba Rosa, y que todos los días acarreaba
agua de la fuente que había a varios kilómetros del pueblo. Siguieron bailando sin
cesar toda la noche, y cuando la orquesta dio por finiquitada la función, se
sabía su vida entera: una vida sencilla y volcada al cuidado de su padre,
viudo, y de sus cuatro hermanos. Tras esa noche, y durante el tiempo que hubo pastos
en la zona, se siguieron viendo a diario y al despedirse, mientras estrechaba
su cintura de avispa y ahora sí, se besaban, le prometió que si ella le esperaba
hasta la próxima primavera, dejaría su vida nómada y se asentaría a su lado. Y
aunque todas las noches del largo invierno pensó en ella, a medida que se
acercaba la nueva estación y el encuentro se hacía más inminente, se notaba más
raro e inseguro. La noche de su llegada
al pueblo se puso su camisa vieja y limpia, y se dirigió al baile. Pero al
llegar a la puerta y verse observado por ella sintió algo parecido al vértigo.
Entonces regresó al campo y pasó toda la noche mirando el cielo raso, consciente
de que su vida no estaba en un sitio fijo y que sus únicas novias eran las
estrellas…Nunca más volvió a cruzar una palabra con la chica a la, por otra
parte, jamás logró olvidar.
* * *
Él, que hasta que
se rompió la cadera anduvo tan ligero como un cordero, se incorpora con
dificultad y apoyando su devastado cuerpo en el andador va dando lentos y cortos
pasos, bajo la estrecha vigilancia de la
chica.
–¡Ve qué bien anda!
Lo que le pasa es que es usted un vago.
Andrés sabe que la auxiliar
le riñe en broma porque mientras lo hace no deja de sonreírle con esos dientes
blancos, perfectos. Se parece un poco a Rosa.
–¿Sabes que yo tuve
una novia que se te parecía?– le dice.
–Ande, deje de
decir bobadas. ¿Pues no fue usted pastor, de esos que se pasaban la vida de un
lado para otro?
–Trashumante, éramos
pastores trashumantes –matiza el hombre–. ¿Y eso que tiene que ver?
–Pues todo…Los
pastores esos que usted dice no tenían novia, no me venga con cuentos… ¡Quién
iba a querer compartir su vida con un hombre que se pasaba media vida lejos de
casa!
Andrés se queda
callado pensando que si le hubiera propuesto a Rosa compartir con él su vida tal
vez hubiera aceptado, lo mismo que aceptó su madre y antes su abuela. Pero no
lo hizo y conoce la razón: su miedo a estar sujeto a algo que no fueran los
espacios infinitos a los que hoy, convertido en un viejo, ha tenido inexorablemente
que renunciar. En su afán por alcanzar el comedor sigue dando pasos cortos,
como de carnero desahuciado. Aunque sabe que no va a convencer a la chica por
mucho que insista añade, obstinado:
–¡Rediez! Si te
digo que tuve una novia es que la tuve.
Sol
Gómez Arteaga
Nota: Relato que ganó el primer premio en el concurso sobre "la trashumancia" organizado por el foro "Canales-La Magdalena" en el año 2012.
En la foto que precede al relato figura mi padre, que sostiene un carnero, y un compañero. Realizada en el "Caño Teja", Valderas, donde iban a dar agua al ganado antes de recogerse a dormir en el campo, esto ocurría en el verano 1971. La burra se llamaba "Corneta" y los perros "Moro" y "Chispa". La "mela" con que estaban marcadas las ovejas tenía las iniciales A.G, correspondiente al nombre de su dueño.
No hay comentarios:
Publicar un comentario