Texto leído en el monumento a los represaliados del cementerio de Astorga el 17 de abril de 2016 dentro de las IX Jornadas del Ateneo Republicano de Astorga, que con motivo del 85 aniversario de la proclamación de la II República tuvo como lema “Fue como un sueño”.
Buen
y republicano día pese a la lluvia dentro de estas novenas jornadas organizadas
por el Ateneo Republicano de Astorga:
Muchos
nos vimos el viernes en el acto que tuvo lugar en la Ergástula pero para los
que no me conocen soy Sol Gómez Arteaga, de Valderas, nieta y biznieta de
represaliados.
A mi
bisabuelo Andrés Carriedo Callejo, de 59 años de edad, le detienen el 25 de
julio de 1936 y le trasladan al cuartel de Santocildes de Astorga. Es acusado de
rebelión militar (qué ironía y qué forma de tergiversarlo todo cuando los que
se alzaron contra la legalidad republicana fueron los golpistas) y trasladado a
la prisión de San Marcos en León. Le condenan a pena de muerte, que le es
conmutada por la de prisión perpetua. Le trasladan al Penal de San Cristóbal y
luego a la Isla
de San Simón en Redondela, Pontevedra, permaneciendo preso siete años.
A mi
bisabuela, Ulpiana Ortega Yagüe y esposa de Andrés, la denuncian, detienen y trasladan
a la prisión de San Marcos donde permanece presa tres meses por mediar en una pelea de mujeres. Estas fueron sus
palabras: “No se discute, y en estos momentos menos”.
Pero
el sentido de que esté hoy aquí es porque mi abuelo, José Gómez Chamorro, de 34
años de edad, casado, empleado en una panadería, padre de tres hijos, fue
sacado de ésta el 24 de julio de 1936, trasladado al cuartel de Santocildes de
esta localidad y fusilado en las tapias de este mismo cementerio a las seis y
diez de la madrugada del 9 de octubre de 1936, junto con cuatro vecinos de su
pueblo: Pacífico Villar Pastor, de 25 años de edad, soltero, Teófilo Alvarez
García, de 25 años de edad, casado, Vicente Rodríguez González, de 31 años de
edad, soltero, y Germelino de Lera Caballero, de 23 años de edad, soltero, que
han pasado a la historia de Valderas como los cinco de Trasderrey.
El “delito”
de estos cinco hombres, así tipificaron los golpistas el derecho natural de
saber, de querer saber, consistió en haber participado estando presos en el
escrito de una carta-clave que intentaron sacar al exterior, aprovechando la
visita de la novia de Pacífico, para tener noticias sobre los avances de la
guerra. En ella establecían un paralelismo entre los términos del campo de
Valderas y las provincias de España y añadían unas instrucciones para que les
informaran. La carta fue requisada y los cinco hombres condenados a muerte.
Los
lugares significan, nos condicionan, nos definen, imprimen en nuestro carácter una
determinada forma de ser y de actuar, marcan un hito en el camino de nuestra
vida, y en definitiva, nos vinculan. Y este lugar tiene para mí una vinculación
especial que quiero compartir con vosotros.
-Antes
de mi compromiso con la memoria histórica, año 96, hace 20 años, cuando mi
conocimiento de los detalles que rodearon al fatídico destino de mi abuelo era
aún muy vago, aprovechando que pasaba un par de días en Astorga me acerqué a su
cementerio. En casa siempre había oído que fue aquí donde le mataron, y que su
esposa se había desplazado sola muchos años antes para preguntar al enterrador
por los restos de su marido, sin que
nadie le diera cuenta de ellos. Esta hazaña de mi abuela que yo hoy califico de
odisea, habida cuenta de que no sabía leer ni escribir y del alto coste
emocional que sin duda le supuso llegar hasta aquí, debió quedar prendida en algún lugar de mi
memoria pues en mi visita relámpago a la ciudad en vez de dedicarme a conocer sus
muchos encantos, me acerqué, yo también sola, con bastante timidez y vergüenza,
he de confesarlo, al cementerio. La información que obtuve fue poca a ninguna porque
poco o nada recuerdo. Lo que si sé es que ya entonces había en mí una inquietud que pugnaba
por salir. Inconscientemente estaba cogiendo el testigo de mi abuela.
-El
segundo momento que visito este lugar, acompañada esta vez de mi familia, es en
el mes de agosto de 2013, coincidiendo con la asistencia a un acto que
organizaba Abel Aparicio relativo a desahucios. Habían pasado diecisiete años y
yo ya sabía que mi abuelo estuvo enterrado en la sexta fila, cuarta sepultura,
cuartel veintitrés y clase tercera de este lugar, según consta en la diligencia
de enterramiento de la Causa 6/36 que en 2008 nos proporciona la ARMH, Asociación
que viene trabajando desde entonces en la Memoria Histórica de Valderas y que arroja
enorme luz sobre lo que le pasó.
La
verdad es que se han dado grandes avances tanto en el conocimiento de los
hechos como en la rehabilitación y dignificación tanto de mi abuelo como de los
más de ochenta asesinados de mi pueblo tan vinculado con Astorga por la cárcel por
la que muchos pasaron. Y quiero destacar en este punto la desinteresada y tenaz
y rigurosa contribución de rehabilitación de Miguel García Bañales, y aprovechar
este momento y lugar para agradecer públicamente todo su apoyo.
Pues
bien, cuando vine en este segundo momento la sepultura no existía ya, y los restos
de mi abuelo habían pasado a un osario común junto con los restos de cientos de
represaliados que eran ya memoria colectiva, no individualizada.
Sin
embargo, es en este lugar y no en otro, donde descansan, convertidos en polvo y
sombra, los restos de mi abuelo, de ahí que para los míos y para mí el
cementerio de Astorga sea tan importante. Este es “mi” cementerio, he llegado a decir en algún momento. Porque aquí le
matan, les matan, la aciaga madrugada del 9 de octubre del 36, a las 6,10 horas, mientras
los disparos se oyen en la pequeña ciudad maragata, y atemorizada, y clerical y
militar y llena de historia con mayúscula y de pequeñas historias de gente
común, de gente sencilla, de gente de paso a veces, aunque algunos, sin haberlo
imaginado nunca, llegaron a quedarse para siempre.
Este
hecho lo referencio en el final del relato que lleva por título “los cinco de
trasrey”, y que hoy traigo aquí en su memoria:
Cuando
los sacaron al patio del cuartel de Santocildes mi abuelo miró el cielo plagado
de destellos rosas. Subidos en la
parte de atrás de la camioneta salieron al campo. Mi abuelo vislumbró a lo
lejos los majuelos preñados de uva y pensó que hoy iba a hacer buen día para
los vendimiadores que dentro de nada empezarían la tarea. Y lo iba a decir.
Pero al ver los semblantes sombríos de sus cuatro compañeros, fijos en las
tapias del cementerio al que se iban acercando, se quedó callado.
Mientras
los bajaban de la camioneta oyó el canto de un pájaro, tal vez un jilguero
rezagado. No supo si ese sonido era real o producto de su imaginación hasta que
lo oyó de nuevo. Y frente al pelotón de fusilamiento se refugió en ese sonido
que ahora, de forma casi continua, no dejaba de oír en su cabeza. Y seguiría
sonando todos los amaneceres, para los que se quedaban y los que como él y sus
compañeros, ya no estuvieran.
Este
final, aunque lleno de horror, deja en mi opinión una puerta abierta a otros
amaneceres de destellos rosas, de sonidos de pájaros, de frutos preñados, para
las generaciones siguientes. Pues “los mataron, sí, pero los muertos tenían
vivos y los vivos Memoria”. Y las generaciones siguientes seguimos y seguiremos
defendiendo su nombre y su memoria frente al olvido, sin rencor, pero con
convicción, con tenacidad, sin cejar en el empeño.
Por
ellos, por todos Ellos, defensores y mártires de la libertad, portadores de
sueños, que en la trinchera de la vida que les tocó vivir lo dieron todo y todo
lo perdieron, que en este 85 aniversario pero también todos los días merecen
nuestro reconocimiento y recuerdo
Viva la Republica !!!
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