Estampa
El hada
con la que me topé aquel verano de mi infancia, tendría yo ocho o nueve años, se
llamaba Lolita. Me asistió cuando me desmayé en la iglesia y con la caída me torcí el tabique nasal. Veraneaba en la calle Derecha,
en aquella época en la que los asturianos de la cuenca minera iban a secar los
pulmones a Castilla (eran veranos de lecturas y deberes, de cocido y sienta; de
comedias, previo pago de un duro, en el patio de Rosita; del juego al pañuelo o
al escondite en medio de una gran algarabía, del temor a la mano negra, que se
presentía, casi se tocaba, cuando la recua de chiquitos ya apaciguados nos
reuníamos en el portalín de Maria “la Habanera”, y en medio de la noche cerrada
contábamos historias de fantasmas y ultramundos).
Tenía Lolita
un hijo como de mi edad y rescato entre las penumbras de mi memoria su atuendo de
lunares blancos sobre fondo negro.
Un día vino
a nuestra casa. A mi hermana le regaló unos pendientes de plata en forma de aro, a mí me trajo una caja redonda de bombones con el dibujo de unos niños
desnudos nadando en la orilla de la playa. El recuerdo de esa caja ha
permanecido imborrable en mi cabeza todos estos años. La misma que entonces
sufría súbitos síncopes cuando hacía sol o
había mucha gente a mi alrededor o permanecía mucho rato de pie. “Inicio de epilepsia”, dijo el médico de León
tras ponerme en el cuero cabelludo una especie de rulos que dejaban una pasta
pegajosa y densa y un olor indefinible a desvalimiento. “Cuando
sea mayor se le pasará” como así fue. Las crisis remitieron con los años pero el
recuerdo de los niños desnudos nadando en la orilla de la playa no se ha ido nunca. Este año visitando
el Prado vi el poster de los niños en la tienda de souvenirs y lo compré. Mi hermana
me regalo el marco sencillo, sin barnizar, que los contiene. Mientras los miró,
mientras les busco un sitio, me acuerdo de ella, el hada madrina que un día me
socorrió, me regaló la caja de los niños y, hecha su labor, como ocurre siempre con las hadas, desapareció un día, dejando a su paso una estela de espuma y bondad.
Se llamaba
Lolita, Lolita Eguren. Mi hada.
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