TRAMPANTOJO
La playa reclamaba atención. Sentados sobre una toalla de flores, el hombre
y la mujer miraban ensimismados el horizonte azul turquesa flanqueado de
palmeras. A su lado había dos vasos llenos a rebosar de líquido color naranja
aderezado con hielos.
La mujer se levantó, corrió hacia el agua, saltó las olas, dijo al hombre “ven”
y él corrió hacia ella. Juntos saltaron las olas, rieron, se tendieron boja
abajo, nadaron, salieron del agua, hicieron el amor hasta quedar exangües. Él
le dijo: “Me gusta estar así contigo. Es lo mejor de la semana, estos ratos,
porque el resto la verdad…”. La mujer le impuso silencio: “shhhhhhhhh….”.
Brindaron por su amor, por las tardes de verano, por la maravillosa playa que
se prolongaba sin fin. La mujer miró la hora y mientras se vestía
apresuradamente, dijo con la voz ahogada: “Me tengo que ir, Pepe y los niños
están a punto de llegar. Asoma si le ves y me avisas”. Antes de irse acercó las
puntas de sus dedos a la boca y le sopló un beso. El hombre, al quedarse solo,
contempló los destellos morados y azules de ese atardecer de finales de julio
en la tórrida ciudad, destendió, con cuidado de no romperlo, el póster de la
pared, recogió la toalla, los vasos con el hielo ya derretido, entró en
la cubierta del ático.
Nota: Serie de microrrelatos "mujeres".
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