Hermandad
En el chigre una
veintena de hombres miraban expectantes la pantalla. A diferencia del griterío
habitual no se oía otra cosa que la voz acelerada del locutor, seguida del eco
cada vez más presente del “Santa Bárbara Bendita”. Después de dieciocho días siguiendo
la marcha minera hacia la capital había llegado el momento. Con las luces de los cascos
centelleando, como si de interminables luciérnagas se tratase, las cinco
columnas de los mineros abriéndose paso entre la multitud de la
Gran Vía resultaban un espectáculo
soberbio. Del pueblo habían ido Gelito y Adrián “el vasco”, aunque entre las miles
de cabezas resultaba imposible distinguirles. “Mira, ese parece…” decía de
pronto algún tertuliano señalando con el dedo la pantalla del televisor y elevando
la voz, pero al darse cuenta del error rectificaba “ah, no…, no es, el caso es
que parecía”. Miré a mi abuelo y vi como se le iba hinchado cada vez más la
vena verdeazulada que a veces se le pone en el cuello. Al final de la noticia
algunos hombres aplaudieron. Mi abuelo se puso en pie, gritó:
-¡Bravo, muchachos! ¡Con
la lucha minera se está o no se está!
Frente al televisor
estaba mi tío Tomás que al girar la cabeza se topó con los ojos envenenados de
su hermano. Se dispuso a abandonar el bar. Pero al pasar por nuestra mesa, mi
abuelo murmuró:
-Te jodes, o sino no
haber hecho lo que hiciste.
Mi abuelo y mi tío
Tomás no se llevaban desde hace años y yo desconocía el motivo. En casa, como
si de un acuerdo tácito se tratase, jamás se hablaba de su falta de
entendimiento. A la noticia de los mineros siguió el parte del tiempo. Los
hombres se fueros dispersando. Mientras miraba las líneas isobaras en la
pantalla del televisor, pregunté:
-¿Qué pasó entre el
tío y tú pa que os llevéis a matar?
Mi abuelo bebió un
trago de orujo, dijo:
-La vida del minero ha
sido de permanente lucha, nuestros logros se han hecho siempre con esfuerzo. Tú
no habías nacido cuando en el setenta y dos peleábamos de nuevo por más sueldo,
menos permanencia en el pozo, más descanso… Tuvimos varias reuniones con la patronal
sin conseguir que cediera un ápice. Como medida de presión se nos ocurrió
destrozar los cables de arrastre. Sí, ya sé que eso es un acto vandálico,
sabotaje, le llaman… Además, yo por entonces era enlace sindical con lo que tenía
un gran conflicto entre mediar o actuar de forma mucho más tajante. Llegue a la
conclusión de que a veces uno tiene que enseñar los dientes para hacerse valer…
Lo haríamos por la noche, lo teníamos todo planeado, con tan mala estrella que
nos estaban esperando -mi abuelo miró un punto de la pared amarillenta como si,
a pesar de sus ojillos gastados, quisiera traspasarla-. Todos menos uno
logramos huir. Al compañero detenido le presionaron para que cantara, no lo
hizo, pero estuvo tres meses en la cárcel. Para el grupo en general, también
para mí, aquello fue un duro golpe –hizo una pausa en la que apuró el último
trago de vino-: Le di muchas vueltas, sin entender lo que había podido ocurrido.
Entonces tu tío Tomás empezó a distanciarse, a cambiar, a ponerse del lado de
los jefes. Yo no sabía si se trataba solo de una impresión mía, hasta que un
día me enteré que le habían ascendido. Eso me puso tras la pista. Y a solas le
solté mi sospecha. Curiosamente no negó su traición y me llamó fracasado. Discutimos
fuerte, al final le dije lo que hoy, que
con los trabajadores se estaba o no se estaba y que era un esquirol. Desde
entonces no nos dirigimos la palabra. No hablarme con mi hermano no es lo que
peor llevo, lo que peor llevo es callar lo que sé. Ahora también lo sabes tú.
Después de su
confesión quedamos un rato en silencio, pensando, al menos yo lo hice, en lo
complejas que son las relaciones humanas. Con un golpe en la mesa pidió al
tabernero que le llenara el vaso. “Al chico también”. Iba a negarme, a decirle
que no, que no bebía, pero su confesión me había abierto las ganas de beber ese
licor de hombres que hace recios los corazones y endurece las gargantas. Brindamos
por la lucha de los mineros, esos otros hermanos, no de sangre, que no admiten
fisuras.
Relato sobre la lucha minera publicado en el mes de julio de 2014 en la revista cultural de Noceda del Bierzo "La Curuja" que coordina Manuel Cuenya.
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