Jardín ausente
Cuando la luz
cegadora
se coló entre las
ramas de los árboles
del jardín ausente,
donde un día me
adentré
sin permiso
para quedarme,
junto al olvido y la
hojarasca
el caballo blanco y
la negrura
el palacio calcinado
y el silencio de sueños rotos, de troncos curvados,
pensé,
ilusa,
que tal vez, ella sí, pediría permiso para quedarse.
Se lo hubiera
concedido, en serio, a qué negarme.
-Vale, le habría
dicho, total uno más.
Pero no lo hizo.
No pidió.
Ahora vivimos en el jardín ausente
los ocupas del
abandono
y
la
cegadora
l
u
z.
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