Las
mil y una noches o deriva de la crisis
(Historia en tres actos)
I
A pesar de la
preocupación, A Leo le llama poderosamente la atención el grueso libro que
sobresale de la bolsa donde su mujer lleva el uniforme de trabajo. Le llama poderosamente
la atención porque Lola nunca lee.
–¿Y eso que llevas ahí?
–¿Eh?… Un libro de cuentos
–camina hacia la puerta seguida de Leo– Es para el autobús. Me lo dejó una
compañera de trabajo –le da un fugaz beso en los labios y sin esperar
respuesta baja rauda las escaleras.
¡Feliz Lola con su libro
de cuentos! ¡Para cuentos está él con la factura de teléfono que le ha llegado!…
La saca del bolsillo y cuenta
las llamadas que ha hecho a líneas eróticas en lo que va de mes… una, dos,
cinco… ¡Si Lola se entera será el fin de veintisiete años más o menos felices
de matrimonio! Pero desde que ella empezó a trabajar y Carlitos se marchó a
Londres a buscarse las habichuelas, no se hace a quedarse solo por las noches. Ocho,
diez, once llamadas… ¡Claro que cómo le iba a decir a Lola que rechazara el
trabajo después de su despido!… trece, quince… y con lo cara que con la dichosa
crisis se está poniendo la vida, dieciséis, diecisiete… en total diecisiete llamadas
en un mes. Fue de la manera más tonta como ocurrió todo. Hacía zapping en mitad
de la noche cuando en la pantalla del televisor apareció una tía buenísima casi
en pelotas anunciando una línea caliente. No la prestó demasiada atención y al
final se quedó dormido. Pero soñó que una voz suave y aterciopelada le susurraba
al oído frases lascivas mientras una mano hábil le acariciaba sus partes. Despertó
excitadísimo, en la pantalla del televisor parpadeaba sin cesar un número de
teléfono, fue a su cuarto y llamó, asistiendo al renacer de una vida sexual que
creía cercenada. Cuando colgó se quedó relajado y durmió de un tirón. Pero ya
todas las noches que Lola trabajaba se despertaba con una erección de muy señor
mío e ipso facto tenía que llamar. Conversaba con mujeres distintas a las que
según el tono de voz imaginaba con las más variadas fisonomías, rubias,
morenas, llenas de curvas, tailandesas, chinas –a él, no sabe muy bien porqué,
siempre le pusieron las mujeres orientales–, con un lunar en el nacimiento del
pecho o un tatuaje en el lugar más ignoto de su anatomía, que le hacían emerger
sus instintos más primarios. Hasta su relación con Lola había dado un giro de
ciento ochenta grados. Y es que desde que empezó a trabajar de noche en la
subcontrata de limpieza estaba más guapa y rejuvenecida ¡Con que lujuria y desenfreno
vivieron las noches que ella libró! Por eso no se explica como ha podido caer
tan bajo. Ni que carajos busca en otras mujeres que su Lola no pueda darle. Pero
tampoco se le ocurre cómo solucionar de una forma honrosa su problema.
II
Mientras entra en una amplia
sala en la que una decena de teleoperadoras, en su mayoría mujeres, hablan por
teléfono, Lola piensa en la idea tan equivocada que la gente tiene acerca de su
trabajo. Toma asiento entre dos compañeras que, sin soltar el auricular, la
saludan efusivamente con la mano. Ella también la tenía cuando, por error,
acudió a la entrevista y, prendados de su voz, le ofrecieron el puesto de
telefonista que rehusó de inmediato. Siguió madrugando todos los días para
hacer cola en el INEM con la esperanza de que le saliera algo, pero nada más fijarse
en su edad la rechazaban. Y eso que llevaba consigo un currículum bien presentable
que le había hecho Carlitos, aunque claro, con poca chicha, porque preparación casi
no tenía, y su experiencia laboral se reducía al año y tres meses que trabajó
de soltera en una fábrica de vaqueros que quebró. ¡Es increíble lo difícil que se
está poniendo todo! ¡Si hasta para ostentar el puesto de charcutera de supermercado
exigen el título de Graduado Escolar! Así que después de muchos tumbos decidió
probar suerte en el único sitio en el que le habían abierto las puertas. Por
probar, pensó, nada perdía, aunque, eso sí, con la condición de que su marido
no se enterase. Si eso ocurría sería el fin a sus veintisiete años más o menos
felices de matrimonio. En la empresa debían estar acostumbrados a este tipo de chanchullos,
porque nada más exponer sus reparos le dijeron que no se preocupara y que en la
nómina figuraría como limpiadora. Y hoy, tras casi tres meses de rodaje, está contentísima.
Si hasta gana más que Leo antes de que le despidieran y, no se lo puede contar
a nadie, pero lo cierto es que su trabajo no le parece trabajo. A los jefes jamás
les ve y sus compañeros, mujeres o gays en su mayoría, son unos cielos, muy
normales y cultos. Mismamente Marina, la que le dejó el libro de “Las mil y una
noches” para inspirarse, es estudiante de tercero de farmacia, con novio
formal, un chico muy guapo que muchos días le espera a la salida. Su Leo jamás
hubiera tragado por algo así… A ella, la verdad, le costó un poco al principio
asimilar que iba a trabajar en una línea caliente, pero una vez que sacó a la
luz la mujer desenfrenada y cañera que llevaba dentro, ya todo fue sobre
ruedas. Se mete tanto en el papel que le parece que la que habla no es ella,
sino la tal Sherezade del libro de cuentos intentando seducir al Shahriar para salvar el pellejo una noche más.
Y el caso es que tiene más llamadas que ninguno de sus compañeros. Además, si
se queda en blanco tiene a mano los guiones “antibloqueo”, como allí todos
llaman a unos folios plagados de guarrerías que siempre están sobre la mesa y
que ella hasta ahora no ha necesitado utilizar. El libro, “Las mil y una noches”,
le es más que suficiente.
III
A Leo le despierta un
calentón incontrolable en sus partes bajas. Son las cuatro y cuarto de la
madrugada. Otros días a esta hora se levantaba y como un sonámbulo marcaba el teléfono que se sabe de memoria… pero
no. Eso se acabó. Esta vez no caerá. Se acerca a la cocina, abre el
frigorífico. Bebe agua fría directamente de la botella para ver si se le pasa
la excitación. Claro que por una vez más… la última… Saca de su cartera un
trozo de papel de periódico con el anuncio de una nueva línea erótica que
arrancó, sin que se dieran cuenta, hace unos días de un periódico en un bar, y
se dirige a su habitación. Levanta el auricular y mientras se jura a sí mismo
que es la despedida, el caput, el arribeberchi, el nunca mais marca el número. Oye la voz rutinaria del contestador: “Está
usted hablando con la línea caliente Las mil y una noches, si desea contactar
con un hombre pulse uno, si desea contactar con una mujer pulse dos, si desea”…
Leo da a la tecla mientras ahoga la respiración, el corazón le late con
violencia. Segundos después escucha al otro lado del teléfono una voz suave,
lúbrica, familiar, que le susurra:
–Esta es en la guarida de
Eros, tu sierva Sherezade, hija de la luna, hará reales tus más íntimas fantasías…Si
levantas el minúsculo velo descubrirás mis pechos hambrientos, mi ombligo deseoso…
Leo se pellizca varias
veces para comprobar que no está soñando… esa voz… Se pellizca varias veces
hasta hacerse daño. Al fin dice:
–¿Lola? ¿Eres tú, Lola?
–¿Leo?
–¿Qué haces diciendo
todas esas porquerías?
Se produce un silencio. Ninguno
de los dos da crédito.
–¿Y
tú? ¿Qué haces tú llamando?…
–En casa, nos vemos en
casa. Creo que tenemos mucho de qué hablar.
NOTA: Relato que me publica Astorga-Redacción el 3/1/16 en su sección "Contexto Global".
NOTA: Relato que me publica Astorga-Redacción el 3/1/16 en su sección "Contexto Global".
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