BIANCA
-¿Que es el deseo?
-El deseo, que dijo el poeta, es una pregunta cuya respuesta nadie sabe.
La primera imagen que Eloy conserva de Bianca es de una
nitidez extraordinaria, tal vez porque
su presencia iba a marcar un antes y un después en su vida. Montaba un puzle de
un castillo sobre la alfombra de comedor cuando vio sus altas botas rojas y
brillantes, su vestido malva con círculos blancos, sus manos morenas apretando
el asa de un pequeño bolsito de charol. Luego se fijó en su rostro iluminado por una amplia sonrisa que
no tenía otro objeto que él mismo. Al agacharse y darle un par de sonoros besos
se sintió embargado de un intenso olor a vainilla.
-Esta es Bianca –oyó que su
padre decía por detrás-. Espero que os llevéis muy bien porque a partir de
ahora se quedará a vivir con nosotros.
La madre de Eloy había muerto
cuando él tenía dos años. De ella conservaba, a falta de recuerdos propios, una
foto de medio cuerpo que reposaba sobre la mesilla de noche en la que miraba
con ojos soñadores un punto incierto, para Eloy siempre misterioso. Por las
noches, echado en la cama, había pasado muchos ratos contemplándola, imaginando
que el objeto de esa mirada era él mismo. Pero cuando volvía de sus
ensoñaciones notaba un gran vacío. Todos los chicos que conocía tenían madre.
Todos menos él. Ahora tendría a Bianca.
De la boda de su padre con
Bianca, Eloy recuerda muy claramente el ondular de su vestido corto en el
momento de bailar el vals, y lo siguió evocando mucho tiempo después de que los
novios con el primer descanso de la orquesta abandonaran la pista. La semana
que estuvieron de luna de miel, la pasó inquieto en casa de su tía, contando día
tras día los que faltaban hasta su vuelta.
Hasta que de nuevo el domingo
los vio aparecer. Bianca traía un color dorado precioso que hacía que su blanca
y amplia sonrisa resplandeciera aún más. A su padre también le notaba cambiado,
como rejuvenecido. Venían cargados de regalos. El suyo era una gran bola del
mundo que además hacía las veces de lámpara. Inmediatamente la llevó a su
cuarto, la posó en su mesita de noche, y al encenderla, todas esas ciudades de
nombre extraño, Bangkok, Shanghai, Taipéi, Hawai, se iluminaron. La bola
desplazó el marco con la foto de su madre que por poco cae al suelo. Entonces
plegó el soporte trasero y lo metió en el cajón de la mesita, junto con decenas
de cromos, un billetero, una caja de tizas, que apenas usaba.
A partir de ese día Eloy se
convirtió en un espectador atento, riguroso, a los cambios que tuvieron lugar
dentro de la casa. Los estantes de cristal del baño se fueron llenando con los
tarros de cremas de la mujer, sus barras de labios, sus lápices de colores, aunque
el rey de cuantos nuevos e insólitos objetos iban apareciendo era un frasco
redondo de cristal labrado con gotas de agua, en cuyo interior, lo descubrió de
inmediato al abrirlo, estaba su esencia. “Dolce Vita” leyó mientras se
impregnaba del envolvente aroma.
Las cortinas de la casa fueron
sustituidas por etéreos visillos de gasa que ondeaban por las mañanas, las
repisas de las ventanas se llenaron de petunias y la vivienda se inundó de
olores a guisos con el aroma a vainilla como base de todos los aromas. Al niño
le gustaba ver a Bianca tender la ropa, sacudir las alfombras o hacer la cena
mientras él, apoyados los codos sobre la mesa de la cocina, hacía los deberes.
Algunas tardes ella le esperaba a la salida del colegio y cogidos de la mano,
recorrían las tiendas más novedosas del centro. Se contagió del entusiasmo de
la mujer mirando los escaparates, entrando en los comercios, preguntando por
los precios de las cosas, palpando las telas. El premio tras tanta actividad
era un enorme pastel que tomaban tranquilamente sentados en una cafetería mientras
a través de la cristalera veían pasar gente. Ir de compras, aunque fuera al
supermercado de la esquina, podía convertirse con Bianca en una gran aventura.
Un día durante el recreo,
David, un muchacho que iba a un curso más adelantado, le espetó:
-Ayer estabas en la carnicería
con tu madrastra.
Eloy asintió con la cabeza.
-¡Jo, qué suerte tienes!
Porque está como un tren, si yo tuviera una madrastra así te juro que estaba
todo el día “empalmao”.
Eloy no sabía que significaba
“estar empalmao”, pero intuyó un lado oscuro en las palabras del chico y dijo:
-Déjame en paz.
Olvidó el comentario hasta que
una tarde después de clase unos cuantos muchachos fueron al pinar. El cielo estaba oscuro y el
aire olía a humedad. Uno de ellos llevaba cigarros y estuvieron fumando. Hablaron
del soldadito que tenían entre las piernas, que además de para mear servía para
metérselo a las chicas por un agujero que tenían ahí abajo, justo donde estaba
el soldadito. David explicó que para que eso sucediera tenía que estar erguido
y propuso ver quien “se empalmaba”
antes. Eloy, al oírle, se dio cuenta de lo que el chico había querido decir
unos días antes. Y recordó que a él le había pasado alguna vez al hacer pis, al
rozarse con algo o cuando se tocaba. Para animar al resto, David se bajó la
cremallera del pantalón, se sacó el soldadito y empezó a meneárselo, de arriba
abajo, despacio y concentradamente. Ya el resto estaba empezando a imitarle
cuando cayeron cuatro o cinco gotas de lluvia, gordas como canicas, que dejaron
marcas en la tierra. Cada vez llovía más y a pesar de que echaron a correr
buscando un refugio llegó a casa calado. Temblaba. Bianca le ayudó a ponerse el
pijama, se metió en la cama y aunque la mujer le colocó una manta más encima,
siguió tiritando. El termómetro marcaba
treinta y nueve y medio de fiebre. Le dio una aspirina sin que ésta cediera. Oyó que su padre y la mujer hablaban
de llamar al médico, pero al final le
metieron desnudo en la bañera llena hasta el borde de agua fría. Eloy vio todo
esto como a través de una nebulosa y sintió como en un sueño el contacto de los
dedos suaves de Bianca masajeando su cuerpo. Los tres días que estuvo en cama,
la mujer apenas se separó de él y cuando ya se encontró mejor imaginó que
estaba en un hospital donde él era un héroe herido y Bianca su enfermera, que con sus cuidados,
sus pastillas y sus sueros le salvaba la vida. Ya no era un niño sino un hombre
y su padre había muerto de viejo. Bianca, sin embargo, estaba como
siempre.
A partir de entonces las
fantasías con la mujer fueron constantes. Por las noches en la cama recorría distintos
lugares del globo en su compañía, lugares exóticos que elegía caprichosamente
rastreando la bola del mundo. En Canadá se imaginaba que vivían en una cabaña
rodeados de nieve. En Túnez recorrían el desierto y por la noche buscaban el
refugio de los campamentos. En alta mar él era el capitán de un barco y ella
una sirena hallada en una roca. En ese estado de semiinconsciencia se
llevaba la mano al soldadito, notaba que
se erguía y sentía un placer muy dulce. En esta postura se entregaba al sueño.
Esos días en clase le dieron el
programa de campamentos de verano que organizaba el colegio. Cuando lo enseñó
en casa hablaron de mandarle.
-¿Y vosotros que vais a hacer?
-Iremos a la playa.
Se imaginó a Bianca tomando el
sol sobre una toalla, mientras él a su lado observaba como poco a poco su piel
dorada se iba tostando más y más. Por nada del mundo se lo perdería. Iría con
ellos.
-No voy a ir a ningún
campamento.
-Claro que irás -sentenció el
padre -. A ver si crees que vas a salirte siempre con la suya.
Faltaba dos semanas aún y en medio de ellas
estaba el cumpleaños de Bianca. Eloy planeó hacerle un regalo especial. Rellenaría
una botella de cristal con tizas de colores imitando las dunas del desierto
como había visto en el libro de tecnología. Mientras lo hacía se le ocurrió que
evitar el campamento y que su padre y Bianca fueran de vacaciones ingeriría
tiza, como había oído que hacían algunos compañeros de clase. ¡Vaya si lo haría!
El día del cumpleaños tapó la
botella con un corcho, la envolvió en papel de regalo y la puso un enorme lazo
rojo. Para Bianca. Su amor. Su vida. Entró en la casa. Le pareció que estaba
vacía hasta que oyó un ruido procedente del dormitorio principal. Con paso
decidido se dirigió al mismo, la puerta estaba entornada y ya iba a entrar
cuando unos gemidos le retuvieron. Desde la puerta acertó a ver el armario de
lunas, en el que se reflejaba la imagen del hombre y Bianca desnudos sobre la
cama. Su padre estaba encima de la mujer y tenía metido su soldadito en el
agujero de ella. Pensó salir corriendo, pero estaba paralizado. Los dos se movían,
cada vez más deprisa, y los gemidos que le habían alertado al principio iban en
aumento. Pararon unos segundos, la mujer se incorporó. Fue cuando vio sus pechos
grandes, su aureola en el centro, la
mata de vello del pubis. Pero lo que más le llamó la atención fue el soldadito enorme,
erecto, de su padre que se echó ahora encima de la cama. Bianca se sentó encima
del soldadito hundiendo éste dentro de ella, que aparecía y desaparecía a
medida que se movía arriba y abajo. A Eloy la cabeza le ardía como si le fuera
a estallar y el soldadito le latía. Sintió que iba a vomitar. Hasta que de pronto
el movimiento cesó. Oyó decir a Bianca clara, nítidamente:
-Carlos. Mi amor. Mi vida.
Después le pareció que los
ojos de la mujer se posaban en la luna del armario, echó a correr con la
botella cogida por el cuello. Lejos de casa la estampó contra el suelo. Y
estuvo toda la tarde dando tumbos por ahí. Cuando volvió a casa era ya de
noche, le riñeron por la tardanza, le reprocharon lo desconsiderado que había
sido al no acordarse de un día tan especial. Él no contestó. Condescendiente,
la mujer dijo: “Anda, ven a probar la tarta de cumpleaños”. Pero no quiso.
“Déjale si no quiere, ya se le pasará”. Y por primera vez en mucho tiempo agradeció
que su padre le dejara al margen. Antes de acostarse entró en el baño, echó el
cerrojo y se miró en el espejo el soldadito que estaba como serio y mustio.
Nada que ver con el de su padre. Un capitán general comparado. Vio el frasco de
perfume sobre la repisa de cristal y le repugnó su olor con solo imaginárselo.
Ya en su cuarto retiró la bola del mundo y al colocar donde siempre había
estado el marco con la foto de su madre, vio una caja de tizas y pensó: “¡Qué
tonto he sido, y yo que pensaba comérmelas!”.
Al día siguiente en el
desayuno anunció:
-He decidido que sí, que voy
al campamento.
NOTA: Relato publicado el 6/3/16 en la sección Contexto Global del periódico digital Astorga-Redacción.
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