Yo,
Sr. Robiralto
Yo,
Sr. Robiralto, empecé en esta casa de hombre timbre, oficio humilde, es verdad,
pero entonces era joven y creía que lo importante no es como se empieza sino
como se acaba. Y con la esperanza de medrar soporté durante años los toques bastante
sádicos que sus clientes le propinaban a mi nariz hasta dejármela como una
ciruela pasa. Prisa no tenía, a decir verdad tenía una vida por delante, y pensaba
que con el tiempo de hombre-timbre ascendería a botones, de botones a
telefonista, de telefonista a escribiente, de escribiente a… por eso acepté el trabajo,
aún sabiendo que usted era un mafioso de tomo y lomo y sus negocios más oscuros
que los del color de la pez. Sí, los humanos somos así de complejos, captamos
ciertos detalles de la realidad pero obviamos otros, pues lo cierto es que no
solo no subí en el escalafón del servilismo, sino que descendí y además en
picado, llevando a cabo las más abyectas tareas, porque en la friolera de
cincuenta años, dos meses y tres días que llevo trabajando para usted, he hecho
de perchero, de felpudo, de tintero, de paño del polvo, de cenicero, de
mondadientes, de cuchara, de escupidera, de moquero, hasta de hombre-mesa. Sí,
acuérdese del día que de una descarga de metralleta los de la banda de Escafranda
partieron la mesa en dos y hubo que improvisar. No lo tome como un reproche, Sr.
Robiralto, lo hice con gusto, a pesar de que me escaldé la espalda cuando
ustedes, después de los disparos, tomaron el té con bergamota y pastas en señal
de reconciliación. Aguanté como un león por no dejarle en feo, pero sobre todo
porque le tenía una fe ciega, a
pesar de que jamas tuvo una palabra, qué digo una palabra, un gesto amable
conmigo, que no cuesta nada y con esa palabra suya, con ese gesto, yo me
hubiera alimentado semanas y hasta meses.
En
el debe de la balanza está también la envidia y admiración que despertaba en
sus visitantes cuando los agasajaba con un detalle tan anacrónico como limpiarles
la suela de sus zapatos. ¿Cree que no me doy cuenta de que he sido un sirviente
único en mi especie? ¿Quién, sino yo, iba a aguantar las estrambóticas ordenes a
las que me sometía diariamente de cinco a seis? “Piojillo, salte aquí”, y yo me
llegaba a sus pies, u “oruga, arrástrese”, y yo de inmediato me arrastraba, o “a ver, cucaracha, mueva las patitas” y yo,
a cuatro patas me llegaba hasta usté y levantaba, primero una, luego otra y
otra y otra, o “ahora haga de gamusino”, y subiéndome a la silla daba un salto y
acababa, los brazos perfectamente estirados, de cuclillas en el suelo, pero usté,
con gesto severo, no el gesto de cordero degollado de hoy, sino un gesto como
de matar a siete, replicaba “¿no te he dicho tropecientas mil veces que los gamusinos
no saltan sino vuelan?” y entonces movía los brazos como un cormorán, que por volar
y por servirle a usté la cosa no quedara, para concluir con el mandato más
retorcido y abyecto de todos, “haga de boñiga de pocilga”, y yo prrr, prrr,
prrr, venga a simular pedorretas, prrr, prrr, prrrrrrr, y usted “no, así no, las
quiero de verdad, que ni para boñiga me sirve ya”.
Pero
sabe bien que yo, Sr. Robiralto, era un sirviente único en mi especie, por eso no
debería haber buscado un sustituto a la primera de cambio. Y menos un sustituto
tan inepto, inconsistente y etéreo como Narciso. Sí, joven sí es, y guaperas,
todo hay que decirlo, pero la juventud y la belleza son como un soplo de aire,
se van en un plis, mientras que la lealtad, la lealtad bien correspondida se
entiende, perdura como roca.
Claro
que no soportar la entrada en esta casa del nuevo sirviente fue un acicate para
que me espabiliara, y empezara a fijarme en ciertos detalles de su, digamos “negociado”
que, hasta ese momento y por falta absoluta de interés, me habían pasado
inadvertidos.
A
partir de ese momento empecé a hurgar en los papeles que antes de acostarse
rociaba celosamente con talco y luego encerraba bajo siete llaves, comprobando al
día siguiente, era lo primero que hacía nada más levantarse, antes incluso de
su ritual de gárgaras, que no había restos de huellas dactilares que denotaran
intromisiones… No podía imaginar que yo, tras ponerle un coctel de orfidales en
la cena, abriera y cerrara los cajones a mi antojo, tomara nota mental de sus
tejemanejes, volviera a poner el talco…, así fue como me hice con fechas,
nombres, apellidos, claves, direcciones, correos, datos éstos que si contara le
llevarían a su hundimiento. Sí, no enarque las cejas modo sorpresa ni intente
desasirse, conozco al dedillo el extraño ahogamiento en el lago Peipus del presidente
del partido bananista, cada detalle del estallido de la bomba de la plataforma
petrolífera del mar Báltico, o cómo se fraguó el secuestro de empresario N.J.,
dueño de la empresa de calzoncillos transparentes N.J.S.A, pero no le delataré,
desconfío demasiado de los defensores de la ley, entre los que tiene sus
mejores aliados, ni está en la naturaleza de mi profesión chivarme, si bien la razón
de peso de no desvelar sus atrocidades es que considero que está usted hundido
y bien hundido.
La
llegada del susodicho también me sirvió de motor para hacerle ciertas pifias en
las que, a medida que perdían en cardor e inocencia, iba encontrando mayor
satisfacción.
¿Se
acuerda de cómo sus queridas y envidiadas hortensias del parterre se iban tornando
de un amarillo orín de lo más deslavado? Fui yo quien las envenenó, yo quien le
cambié los espejos de sitio, le agujereé calcetines, le descosí los botones de
sus camisas más flamantes, para ver como en mitad de sus saraos caían
inopinadamente cual mariposas muertas al suelo. Y las voces de su cuarto que
decían “voy por tí, tragaldabas, estragado, cebollodolido” también las metí yo. Ah, y el tibor de la dinastía
Song, su adorno más preciado, no se quebró en mil pedazos tras la enganchada en
el hall de Calipso y Tritón, como le conté. Pero no se agite, ni intente
soltarse, es inútil, además el alambre lacerado como un bisturí le lastimará la
piel de muñecas y tobillos.
Aunque
en realidad lo que me llevó a dar el paso y dejar de ser su sirviente más
entregado, servil y desvivido fue que decidiera deshacerse de mí como un mueble
viejo. “Me lo quita de en medio, un tiro limpio en la frente. Luego hace
desaparecer el cuerpo en el horno del pan, y lo limpia bien, detesto el sabor
de los restos inservibles”. Sí, no niegue con la cabeza, eso fue lo que le dijo
al inconsistente de Narciso, lo tengo grabado. Y deje de mirar hacia la puerta esperando
su ayuda, ahora está de mi parte. Tampoco le auxiliarán Calipso y Triton, ayer
me deshice de sus rottweiler. Me dio cierta pena, no crea, después de tantos
años de vida en común, pero le puedo asegurar que mientras lamían mis manos
apreciando la calidad del solomillo con que les obsequié en su última cena,
esta vez un poco más adobado que de costumbre, no sufrieron lo más mínimo.
A
efectos prácticos estamos usted y yo solos. ¿Sabe que se está bien repantigado
en su sillón piel de vaca, los pies sobre el escritorio de caoba? Desde este
lado se ve todo más nítido, como a través de una lupa de aumento. Ah, lo que no
me gusta nada es esta foto de usted con el traje de comandante y esos botones dorados
tan enormes. Lo arreglaremos en un pispas cortando un brazo, el tronco, la
pierna derecha. Pero deje de moverse, que está poniendo el mármol rosa como un
cristo.
Atardece.
Es una pena que desde el suelo de la chimenea no alcance a ver los destellos
morados y plomizos de este final del mes de julio con lo que le gustaban las
puestas de sol. Pero, en fin… Acabemos A las nueve tengo cita con mister Z, con
quien usté tenía previsto atracar el banco de la Avenida Buenos Aires. Narciso,
llévalo a la frenquera y mañana me lo vuelve a traer, seguiremos departiendo
más y mejor. Para cenar le da un garbanzo, una lenteja, una muela y una pipa de
girasol, por este orden, y nada de agua, si tiene sed o se añusga que se aguante.
Luego vuelva raudo a limpiarme el polvo de la americana mientras me canta la
opera versión libre “Ooooo... ingrato mío” que tanto me gusta.
Nota: Todos los domingos de los meses de julio y agosto de 2016, a fin de sobrellevar la calorina estival, Astorga-Redacción publicó en su sección cultural "Contexto Global" un "relato de fresquera". Esta fue mi contribución.
La ilustración es de Nuria Cadierno.
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