martes, 2 de septiembre de 2014




Relato publicado en el libro "El cuento por favor" de la convocatoria del curso 2006-2007 de talleres de escritura "Fuentetaja".
Leído en el café literario "El dinosaurio todavía estaba allí" el 26/9/2013.



SEÑORITA CORAZON SOLITARIO



(o historia en Cinco Actos)

 

 

Acto primero

 

Lo primero que hace Olvido todos los días cuando se levanta es asomarse al balcón y contemplar sus geranios. Los suyos son los mejor cuidados del vecindario, y no es picar de orgullo pero está segura que llaman la atención de cualquiera que pase por la calle, levante la vista y los vea sobresaliendo, todo rojos y rosas y blancos y fucsias y amarillos, por entre las rendijas de la balconada de forja. Claro que estén tan bonitos no es casual, sino fruto de una dedicación exclusiva y un calculado suministro de agua, sales, abono soluble... y sobre todo amor, mucho amor, como decía siempre su madre antes de la parálisis… Contempla con arrobo su geranio preferido, el “lady Plymount”, una especie única y rarísima de color malva que compró hace algunos años en el puesto de flores de Antón Martín. Al ver una hojita amarilla en el tallo, sus labios se contraen en un gesto de disgusto. Con sumo cuidado, “es por tu bien, lady,” arranca la hoja y la guarda en el bolso de su bata rosa de guatiné. Ya se retira cuando nota un destello. Mira en la dirección del mismo y se da cuenta de que un hombre le dispara con su cámara de fotos desde la ventana del edificio de enfrente. Olvido se lleva instintivamente la mano al pecho y se cierra el escote de la bata que le llega hasta los pies. Luego, llena de desconcierto, entra en casa.
 
 
Acto segundo
 
 
Del segundo, el disparo procedía del segundo, se dice mientras levanta la tapa de la cafetera y comprueba que está vacía. Ese piso tiene puesto el cartel de “se alquila” desde hace meses. La rellena y pone al fuego. ¡Qué descaro fotografiar a la gente así, sin permiso, seguro que es ilegal! Y dos veces además. Porque el destello que notó al principio era también una foto. Y a ella, qué boba, no se le ha ocurrido otra cosa que meterse en casa corriendo,  habrá pensado que es una mojigata, pero qué otra cosa iba a hacer si la pilló desprevenida y además con esas pintas. Va al baño. Se coloca frente al espejo, agacha un poco la cabeza y observa la raíz blanca de su cabello de al menos diez centímetros de grosor. Mañana se teñirá sin falta. De un rubio varios tonos más claros de  los que acostumbra. Su madre, con esa mentalidad tan de otra época, siempre decía que teñirse de rubio era de pilinguis y de guarras. Pero ahora ya poco puede decir. Mira de soslayo, como si posase para una cámara invisible, a un punto incierto del espejo. El hombre era como de su edad, ni muy gordo ni muy flaco, ¿cómo se llamará? ¿Ramón? Se alisa una ceja, luego la otra ¿Elías? Se muerde los labios pálidos, que adquieren un fugaz color cárdeno ¿Dámaso? Sonríe. Dámaso le gusta. Dámaso es un nombre que siempre le gustó, no sabe muy bien porqué. Claro que si ha alquilado el piso seguro que ha quitado el cartel. Camina rápido por el pasillo, cruza la salita y se acerca al balcón. Con cautela separa el visillo comprobando que el hombre ya no está en la ventana. El cartel tampoco. De regreso a la cocina nota un fuerte olor a café quemado y observa, ausente, el minúsculo charco marrón que se ha formando en la placa de la cocina.
 
 
Acto Tercero
 
 
Antes de acostarse se acerca al balcón. A través de la fina tela de la cortina ve la silueta del hombre asomado en la ventana. Con el corazón latiéndole con fuerza se oculta rápido por temor a ser descubierta. Permanece en la penumbra unos minutos hasta que poco a poco se va calmando. Luego se retira a su cuarto, se mete en la cama cubriéndose entera con la sábana que lleva sus iniciales e imagina que baila con Dámaso, mejilla con mejilla, en la pista de una discoteca. Se ha puesto un vestido rojo de escote cuadrado y de fondo escucha su bolero preferido: “Mujer, si quieres tu con Dios hablar, pregúntale si yo alguna vez”, “¿Quieres que tomemos algo?” “ Bueno, pero espera que termine esta canción”, “Te he dejado de adorar”... Piden las bebidas en la barra, se sientan en un rincón del reservado, beben. Él le coge su mano entre las suyas, tan cuidadas, y acerca su rostro al de ella que baja la cabeza mientras se fija, no puede dejar de fijarse, en la seda suavísima de su corbata azul cielo con motitas amarillas. Siempre le volvieron loca los hombres con corbata. Le mira, al  fin, de frente, y sus labios se funden en un largo y apasionado beso. Después nota su cuidada mano de oficinista, (Dámaso no puede ser sino oficinista) ahora transformada en una audaz mano amatoria, subir audazmente por su entrepierna y abrirse paso entre su braga buscando la fuente misma del placer. “¿No crees que vamos muy deprisa?” “Ah, Olvidito,  me vuelves loco”. Y siente un dedo, el índice, entrar en su sexo y salir y entrar, y luego dos, dos dedos, el índice y el corazón, moviéndose, húmedos y propios en su interior, rápido, cada vez más rápido, bajo la sábana que lleva bordadas sus  iniciales.
 
  
Acto Cuarto
 
 
Como todas las tardes de sábado desde hace dos años, Olvido visita a su madre en la residencia. La anciana permanece tendida en la cama con los ojos cerrados y su respiración es tan imperceptible que por un momento piensa que está muerta. Pero al rozarle la frente con los labios abre los ojos, mira a su hija con asombro, parpadea sin cesar.
Entonces Olvido le dice que sí, que se ha puesto el pelo de rubio platino, pero que no la mire con esa cara de cordero degollado porque ya no es la jovencita de dieciocho años a la que prohibió teñirse de rubio como hicieron todas sus amigas, Pili, Filo, Ernestina, cuando ese color se llevaba a rabiar. La anciana la mira con los ojos muy abiertos, expectantes. Intenta articular palabra, pero no puede. Sí, madre, con eso de ser la hija única del coronel Ridruejo, fallecido en acto de servicio, tenía que ser discreta, dejar el pabellón bien alto, aspirar a que un día llegase alguien que tuviese igual o parecida graduación que papá. Y así me pasé la juventud, aspirando, esperando, porque el único que llegó fue Félix, el pescadero del mercado, y a tí, claro, te pareció poca cosa. Y es verdad que Félix era poca cosa en todos los sentidos, menudo como un alfiler, bajito, hasta algo tartamudo, pero fue el único dispuesto a sacarme de mi estado permanente de soltería, y al final todas se casaron, Pili, Ernestina, la Filo, ¿Te acuerdas de la Filo? Ganso la apodábamos, porque al andar primero echaba las piernas y luego el resto del cuerpo, pues la  Filo también se casó, con Félix, mamá, y yo fui la única que me quedé compuesta y sin novio. Olvido mira al suelo con el ceño arrugado y se lamenta en voz baja, ¡bien me jodiste la vida! Luego levanta la vista y sonríe tal vez de un modo exagerado. Pero ya no me importa. ¿Sabes porqué, mamá? Porque por fin he conocido a alguien. Mira a su madre de reojo y ve que ésta la mira con los ojos como platos. ¡Sí, sí, cómo lo oyes! No te puedo decir si tiene buena posición o si es de buena familia, porque lo cierto es que no lo sé. Lo único que sé es que vive en el portal de enfrente, que es pintor de cuadros, me lo dijo Juanita, la portera de enfrente, ah, y también sé que le gusta la fotografía. Olvido mira, soñadora, a un punto incierto de la pared marfil. ¿Sabes, mamá, que fue sacando fotos cómo le conocí? Se ríe. Y aunque todavía no me ha propuesto nada no creo que tarde en darme una señal. Y en cuanto lo haga te juro que no me lo pienso dos veces. Tempus fugit. A ir al cine, al teatro, a conciertos, a discotecas, ésas de las que tu no querías ni oír hablar porque decías que era un invento del diablo, un sitio indecente donde las parejas iban a toquetearse a oscuras... Mira a su madre retadora. Aunque la realidad es que las discotecas no las soportabas porque papá no murió de un infarto una noche en acto de servicio como ponía la esquela que publicaste en cinco periódicos, sino en un acto mucho más lúdico y carnal en el “Paradise Club”.  Su madre desvía la vista hacía otro lado y cierra los ojos, apretándolos mucho, como si con ello pudiera desoír lo que su hija le está contando. Sí, madre, siempre lo he sabido, lo mismo que todo el vecindario lo sabía, pese a tu intento inútil de preservar la imagen de familia ejemplar.  Mira el reloj. Uy,  me voy antes de que me cierren la mercería que hay en la calle principal, donde he visto un conjunto de lencería fina de color malva precioso, si madre, me deshice de las bragas altas de algodón y los sujetadores como de ortopedia que me comprabas por docenas. Se levanta, va a dar un beso a la anciana que está al borde del paroxismo, pero en el último momento se lleva el dedo índice a los labios y con él le roza la frente. Bueno, lo dicho, hasta el próximo sábado.
 
 
Acto Quinto
 
 
Después de la exhibición impúdica hace cinco días en el balcón no ha vuelto a tener noticias de él. Y está tan nerviosa y preocupada que no hace otra cosa que asomarse a la ventana para ver si le ve, mirándola como antes. Pero nada. Claro que  si ella se había insinuado, si a plena luz del día había colocado la mecedora en medio del balcón, arrancado una flor de su lady y meciéndose, tac, tac, tac, tac,  se había pasado la flor desde las uñas de los pies recién pintadas de rojo pasión hasta las caderas, mientras su bata, a medida que avanzaba, se abría más y más, si luego se había volteado a un lado mostrándole ampliamente su glúteo derecho y sin dejar de mecerse, tac, tac, tac, se había volteado hacia el otro lado, como imaginaba hacían las modelos al posar para una cámara, si se había abanicado con la flor y, sonriendo plácidamente, la había colocado en el centro justo del canalillo, mostrándole la buena combinación que hacían el malva de su “Plymount” y el tono a juego del conjuntito de encaje que acababa de estrenar... En fin, si había hecho todas estas cosas, había sido única y exclusivamente para incitarle a dar un paso más en su particular y muda relación.
Pero algo no había salido bien y, desesperada, decide pasar a la acción.  Le escribe una nota: “Te espero el jueves a las diez en la boite el Pintor. Tuya. Olvido (la vecina de enfrente)”. Lee la nota, tacha lo de tuya y lo vuelve a poner. Tras  comprobar desde la ventana que “su” hombre, primero, y Juanita más tarde, han salido, cruza la calle, entra en el portal y se acerca a los buzones de  correos, pero en la garita de la portera ve, pinchadas en un corcho y numeradas, todas las  llaves de los vecinos. ¿Y si cogiera un momento las llaves del segundo y entrara? La casa, había leído no hace mucho en una revista de decoración, es una radiografía de uno y lo que allí vea puede darle pistas de cómo encauzar su relación, porque fuera de esos escarceos balcón-ventana bien poco sabe, en realidad, del hombre que le quita el sueño. ¿Y si la pillan? Claro que  ella no es una delincuente, cogerá las llaves un momento y las dejará en su sitio, además en la vida hay veces que una tiene que arriesgarse si no quiere perder el tren y ella, desde luego, no quiere.  
Coge las llaves, sube las escaleras y abre la puerta. Mientras se dirige a la habitación del fondo le sorprende lo fácil que le está resultando todo. Al lado de la ventana ve un bastidor con un cuadro. Se acerca como atraída por un imán y se reconoce en la mujer semidesnuda que aparece en el centro. Su rostro, surcado por profundas arrugas, se retuerce en una obscena mueca de placer. Rodean a la mujer geranios de todos los colores, blancos, rosas, fucsias, rojos, amarillos que reproducen esa misma mueca alucinada, esperpéntica. En la base del cuadro lee: Vejez patética.
Con la respiración agitada, como si le faltase el aire, da un paso atrás y regresa corriendo a su piso. Con las tijeras de podar sale al balcón y corta compulsiva y rabiosamente sus geranios, reservándose el “Plymount” para el final. En el ambiente se respira un fuerte olor a hierro. Se arrodilla y rodeada de una carnicería de esquejes troncha, una por una, las ramas de su geranio preferido, pero al llegar al tronco, los ojos anegados de lágrimas, murmura débilmente: “No puedo hacerlo, no puedo”.  
 
 
 
 
                                                             
 
 
 
 

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