jueves, 23 de junio de 2016


Esas cosas


Quiero escribir un poema
que se diga
como quien abre con las manos un cofre imaginario
y encuentra en su interior
retazos de infancia,
un vestido de soles ondeado por el viento,
el pozo pegado a la caseta de adobe,
algunos tesoros enterrados en las eras
bajo botellas rotas,
-hablo de ajos de cigüeña,
margaritas,
caléndulas aderezadas con hierba,
esas cosas de escaso valor económico,
aunque sí sentimental-,
y que se estire,
también que se estire,
como una tira de cromos
asida por las puntas.

Quiero escribir un poema
que nombre esdrújulas amables,
brócoli, mágico, utópico, 
que suene a música lejana de piano,
que describa, y esto es importante,
un viso de luz
prendido en un visillo a mediodía.

Un poema que diga
estos girasoles no son disléxicos,
ven perfectamente,
ven, creedme, de verdad verdadera.

Un poema que hable
de lo fáciles que resultan las cosas de la vida,
cosas como caminar,
 respirar, comunicarse, omitir,  
hasta escribir un poema
sin rimas,
sin pausas,
sin pretensiones,
libre, 
casi autómata.

Siempre estás en la luz














Siempre estás en la luz,
la del mediodía
que dibuja visos blancos
en cuartos interiores.
Siempre estás en la luz,
la de la risa,
la de las sensaciones buenas,
la de hechos tan traquilos
que caen de su peso
(¿a qué preocuparse sin motivo?).
Siempre estás en la luz
que vibra en la horizontal línea de mar
cuando se acerca la noche,
y en puestas de sol y fuego.
Siempre estás en la luz,
aunque ya no estés,
y en una esquina de mi corazón
mientras siga latiendo.
Me obsequiaste con una lamparilla
de colores,
que quedó encendida,
y como luciérnaga
alumbra,

sábado, 18 de junio de 2016


Restos


Mañana de domingo,
De abigarrado Rastro,
En busca de ese objeto
Desconocido aún,
Que de hacer contacto con nosotros, 
-Pero no sé, no siempre,
Se tienen que dar las circunstancias,
La luz-,
Llenará un vacío,
Una existencia,
Unas horas.
Buscadores de sueños de segunda mano,
De vidas ajenas,
De reclamos de otros.
Y restos,
Fundamentalmente
De restos.

domingo, 12 de junio de 2016


Este poema, que no sé si es poema, tiene una historia. 
Hace algunos años me enteré que el maestro de Villaornate, Tomás Toral Casado, natural de Valderas, León, de 36 años, "paseado", pero no, asesinado sin eufemismos y de forma atroz en Villadangos del Páramo el 17 de octubre de 1936 por difundir cultura, había dado sus zapatos nuevos a un pobre que pasaba por la puerta de su casa, detalle que me dejó "tocada" y sorprendida pues no lo entendí, aunque tampoco pude olvidarlo. 
Más tarde conocí a su única nieta, Susanna Toral, inquieta, generosa, luchadora... y pasaron más cosas, mientras yo seguía de vez en cuando dando vueltas en mi cabeza a ese gesto del maestro. Y un día, como ocurre con todo lo que brilla con luz propia, tuve la revelación: lo suyo fue un acto de amor al prójimo, de entrega, de generosidad. De tal pasta estaban hechos aquellos hombres del 36. Llegar a esta epifanía me llevó años, y lo plasmé, finalmente, en este poema publicado por Astorga-Redacción dentro del contexto de las Jornadas Republicanas, las novenas, que se celebran en dicha localidad. 


El maestro que da sus zapatos nuevos



Es el año 33
Un pobre pasa por delante de la puerta del maestro,
Va descalzo,
Pide,
-Ésa es, indefectiblemente, muchas veces la misión de los más pobres-.
El maestro al verle se mira los pies,
Contempla sus ajados zapatos,
Se da cuenta, en ese preciso instante, se da cuenta
De que él al menos los tiene,
Y evoca el par, -negros, flamantes, de cordones, impolutos-
Que hace unos días compró en la tienda de calzado.    
Los mejores que tenían en esos momentos,
Pues a pesar de que el maestro es un hombre sencillo,
Un hombre sin aspiraciones materiales,
Siempre ha oído,
-Y eso se le ha quedado grabado, qué cosas -,
Que las personas todas,
Se visten por los pies.
Entra en casa,
Saca los zapatos de la caja,
Y se los entrega al pobre
Que atribulado los mira.
“Pero señor, son sus zapatos nuevos, no los puedo coger”. 
“Usted no tiene culpa de ser pobre,
Yo tampoco de tener dos pares de zapatos,
Deme la oportunidad”.
Y es tal la insistencia del maestro para que los coja, 
Tal su mirada de súplica
que el pobre marcha con ellos puestos.

El maestro entra de nuevo en casa,
Ve la caja vacía,
Y  se siente pleno por dentro,
Nada ni nadie, ni siquiera cuando a la hora de la comida su mujer le reprende por su acto,   
“Qué has hecho”, le dice,
Y “estás loco”, le dice,
Y “mira que dar al pobre tus zapatos nuevos”, le dice,
Y “sabe Dios cuando podremos comprar un nuevo par”, le dice,
Puede enturbiar su íntima,
Inexpropiable,
 -no solo de pan vive el hombre-,
Felicidad.  
El maestro se llama Tomás Toral Casado,
Es de Valderas,
Tiene 33 años
Da clase en Villaornate cuando tres años más tarde
Le ocurre lo peor
Que le puede ocurrir a un hombre,
Sea maestro, arquitecto o pobre. 
Pero esa es la segunda y última parte de la historia,
Y yo quería contar ésta,
Que pertenece al legado-semilla de historias
De un país
Que un día
Soñó
Primavera. 





Paseo en malvas 
                           sobre 
                                     fondo gris.

El aire aquí huele distinto. Huele a hojas de castaño, a humedad, a hierba segada, a laurel, a mar,  a "cucho", también a tiempo suspendido. De fondo se oyen, en un eco continuo, las esquilas de las vacas que descansan en ociosa compañía de gaviotas y verderones. Cuera ha amanecido hoy rodeado de un cinturón de bruma. Al llegar al pueblo que parece de cuento por muchas cosas, (mañanga, bolera, aguacate milenario, lavadero), pero sobre todo por el castillo omnipresente, hacemos parada en el casino en el momento justo en el que las campanas de la iglesia anuncian bajo un tic, tic, toc incesante, atronador, la fiesta de la Sacramental, perpetuidad de la tradición. A las salida nos detenemos un momento en las escuelas construidas en el veintinueve como consta en su fachada, siempre me llamaron la atención sus escaleras encaladas, lo mismo que sendos carteles de niños, niñas. El camino que sigue está plagado de eucaliptos viejos y de eucaliptos jóvenes que crecen como la espuma entre campos de helechos. Así alcanzamos la costa y continuamos andando por caminos rasurados y estrechos y zinzagueantes a cuyos lados crece incesante, tremenda, la hierba, mientras nos acompaña, para mí es lo más gozoso del trayecto, la línea de mar. Recorrer una vez más este paraje triángular formado por los pueblos Poo, Porrua, Celorio, reconforta y llena de recuerdos, de evocaciones (¿te acuerdas que aquí es el sitio de estercolar o en ese lugar había una discoteca donde en los años setenta, era tal la afluencia de gente, que sacaban el dinero en bolsas de basura o...?). Agradecer a Pirulin, apodo que le pusimos al raitán, pero también al caracol y al caballo indio, su generosidad por posar largo y tendido.
(4/6/16)