lunes, 8 de septiembre de 2014


Hermandad

 

 

 

En el chigre una veintena de hombres miraban expectantes la pantalla. A diferencia del griterío habitual no se oía otra cosa que la voz acelerada del locutor, seguida del eco cada vez más presente del “Santa Bárbara Bendita”. Después de dieciocho días siguiendo la marcha minera hacia la capital había llegado el  momento. Con las luces de los cascos centelleando, como si de interminables luciérnagas se tratase, las cinco columnas de los mineros abriéndose paso entre la multitud de la Gran Vía resultaban un espectáculo soberbio. Del pueblo habían ido Gelito y Adrián “el vasco”, aunque entre las miles de cabezas resultaba imposible distinguirles. “Mira, ese parece…” decía de pronto algún tertuliano señalando con el dedo la pantalla del televisor y elevando la voz, pero al darse cuenta del error rectificaba “ah, no…, no es, el caso es que parecía”. Miré a mi abuelo y vi como se le iba hinchado cada vez más la vena verdeazulada que a veces se le pone en el cuello. Al final de la noticia algunos hombres aplaudieron. Mi abuelo se puso en pie, gritó:

-¡Bravo, muchachos! ¡Con la lucha minera se está o no se está!   

Frente al televisor estaba mi tío Tomás que al girar la cabeza se topó con los ojos envenenados de su hermano. Se dispuso a abandonar el bar. Pero al pasar por nuestra mesa, mi abuelo murmuró:  

-Te jodes, o sino no haber hecho lo que hiciste.   

Mi abuelo y mi tío Tomás no se llevaban desde hace años y yo desconocía el motivo. En casa, como si de un acuerdo tácito se tratase, jamás se hablaba de su falta de entendimiento. A la noticia de los mineros siguió el parte del tiempo. Los hombres se fueros dispersando. Mientras miraba las líneas isobaras en la pantalla del televisor, pregunté: 

-¿Qué pasó entre el tío y tú pa que os llevéis a matar?

Mi abuelo bebió un trago de orujo, dijo:

-La vida del minero ha sido de permanente lucha, nuestros logros se han hecho siempre con esfuerzo. Tú no habías nacido cuando en el setenta y dos peleábamos de nuevo por más sueldo, menos permanencia en el pozo, más descanso… Tuvimos varias reuniones con la patronal sin conseguir que cediera un ápice. Como medida de presión se nos ocurrió destrozar los cables de arrastre. Sí, ya sé que eso es un acto vandálico, sabotaje, le llaman… Además, yo por entonces era enlace sindical con lo que tenía un gran conflicto entre mediar o actuar de forma mucho más tajante. Llegue a la conclusión de que a veces uno tiene que enseñar los dientes para hacerse valer… Lo haríamos por la noche, lo teníamos todo planeado, con tan mala estrella que nos estaban esperando -mi abuelo miró un punto de la pared amarillenta como si, a pesar de sus ojillos gastados, quisiera traspasarla-. Todos menos uno logramos huir. Al compañero detenido le presionaron para que cantara, no lo hizo, pero estuvo tres meses en la cárcel. Para el grupo en general, también para mí, aquello fue un duro golpe –hizo una pausa en la que apuró el último trago de vino-: Le di muchas vueltas, sin entender lo que había podido ocurrido. Entonces tu tío Tomás empezó a distanciarse, a cambiar, a ponerse del lado de los jefes. Yo no sabía si se trataba solo de una impresión mía, hasta que un día me enteré que le habían ascendido. Eso me puso tras la pista. Y a solas le solté mi sospecha. Curiosamente no negó su traición y me llamó fracasado. Discutimos fuerte,  al final le dije lo que hoy, que con los trabajadores se estaba o no se estaba y que era un esquirol. Desde entonces no nos dirigimos la palabra. No hablarme con mi hermano no es lo que peor llevo, lo que peor llevo es callar lo que sé. Ahora también lo sabes tú.

Después de su confesión quedamos un rato en silencio, pensando, al menos yo lo hice, en lo complejas que son las relaciones humanas. Con un golpe en la mesa pidió al tabernero que le llenara el vaso. “Al chico también”. Iba a negarme, a decirle que no, que no bebía, pero su confesión me había abierto las ganas de beber ese licor de hombres que hace recios los corazones y endurece las gargantas. Brindamos por la lucha de los mineros, esos otros hermanos, no de sangre, que no admiten fisuras.
 
Relato sobre la lucha minera publicado en el mes de julio de 2014 en la revista cultural de Noceda del Bierzo "La Curuja" que coordina Manuel Cuenya. 

 

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