miércoles, 13 de enero de 2016

Escribir a la deriva o un intento de seguir el pensamiento 



Escucho una  música estridente, aflamencada, que sale de los altavoces de un coche que está entre el seminario y “gatito”, oigo un ladrido de los perros. Es entonces cuando me viene a la cabeza la consigna de Magdalena para estas navidades, “escribir a la deriva”, lo llama, que consiste en ir por un sitio inusual y fijarte en algo que, no sabes porqué, te llama la atención, entonces te dejas llevar por lo que ese algo te sugiere y un pensamiento te lleva a otro y éste a otro…
El trayecto que va de la librería de Pili a mi casa, calculo que habrá unos cien metros, no es precisamente un trayecto inusual en mi vida, por él he pasado cientos de veces, pero es un trayecto como cualquier otro, por eso respiro hondo, me concentro, me dejo llevar por los sentidos. Ruido de persianas que se abren y sonido de pájaros y,  a lo lejos, el ladrido de los perros que no cesa, más persianas que se abren, zas, zas, con violencia, “¿Te ha tocado la lotería?”, todavía resuena en mis oídos la voz de Eduardo en la librería de Pili mientras compraba el periódico, “A eso vengo”, he respondido lacónicamente con El País en la mano, y aunque yo sé que no, que es improbable, obedezco el mandato de Miguel de comprar el periódico antes de que se acaben, porque ver los boletos con los resultados de la lotería se ha convertido en una costumbre como otras muchas que conforman nuestra vida. Esa casa blanca con el zócalo gris de piedra que hay al lado de la farmacia a todo el mundo le gusta menos a mí, me parece tan fría como una funeraria, hace frío, duelen las puntas de los dedos de frío y me deslumbra la luz del sol que se refleja la carrocería de un coche. Miro el cielo, está azul, de un azul cielo homogéneo y sin matices, en el cielo azul veo, muy lejos, un avión diminuto que arrastra una diminuta estela blanca, y me recuerda mi infancia, esa etapa de mi vida en la que todavía todo estaba por pasar, en la que todavía todo era una posibilidad y el paraíso no estaba irremediablemente perdido. En ese avión de mi infancia que de vez en cuando surcaba el cielo de mi pueblo yo podía viajar a Honolulu o a Jamaica, (recuerdo la fijación que tuve una temporada con Jamaica cuando un domingo tortillero un chico guapo a rabiar apareció en bici sobre el puente de la pradera Calahorra diciendo que era de Jamaica), o a las islas Maldivas o a las Fijhi o cualquier otro lugar, CUALQUIERA, de nombre extraordinario, ahora en cambio estoy anclada a la tierra, y mientras recorro aprisa el trayecto que va de la librería de Pili a mi casa, apenas cien metros, sé que no hay ningún viaje previsto a ningún país exótico, ni lo habrá a corto plazo, lo sé y lo acepto, posiblemente si fuera posible no lo querría, las vacaciones (éstas y las próximas y las siguientes )  ya están cogidas para estar con mi familia y liberar un poco física y psicológicamente, es mil veces peor el peso psicológico al físico, a las mujeres de mi casa de la tarea de atender a mi abuela, aunque también sé que enseguida me cansaré y querré volver a Madrid, que para mi sigue siendo tan extraordinario como el primer día. Merche decía que soy la eterna pueblerina para la que andar por Madrid es siempre una fiesta y es verdad. Que dure mucho.
La cabaña hecha de troncos de madera del parque no me provoca ningún sentimiento, el camión gigante que está aparcado a la derecha es el de X, mala gente todos ellos, en la cabina hay una  placa con el nombre de Z, Z es la novia del hijo de X, es guapa Z, más que guapa yo diría que es lozana, como de belleza antigua, y tan joven,  él un zoquete, ahora se quieren, el amor no hace distingos, se casarán seguro y tendrán hijos, no muchos, uno o dos, a lo sumo tres, y se seguirán queriendo cuando pase el tiempo, claro que de distinta manera, más por necesidad o costumbre, y la chica conservará su belleza lozana, fresca e inocente durante muchos años y engordará seguro.
Al doblar la esquina veo otro camión que por fuera pone jatos vivos, oigo mugir los jatos, es un sonido que se me antoja doloroso y violento, los jatos  encerrados dentro del camión me recuerdan a mi madre. El peso psicológico de la tarea.
Abro la puerta de casa, la cafetera borbotea, "Ya estoy aquí", digo, "¡Ves que pronto he venido!" Mi madre, que espera, que no ha hecho otra cosa en la vida que esperar, dice algo, el reloj marca las diez en punto, poso el periódico en la poyata, enciendo el calentador, busco la palangana,  la esponja, el jabón, entro en la habitación de la abuela, mientras subo la persiana hasta arriba le digo "Buenos días señorita, ¿qué tal has dormido?", entonces  ella abre sus ojillos cansados y me mira como diciendo tu quien eres y me reconoce a medias “Bien, no nos podemos quejar”, y mientras le quito el pañal y recorro con la esponja su cuerpo blanco, ella empieza con esa letanía suya… "en estos instintos, en estos momentos, en estos encuentros"…que desde hace unos meses repite y repite.

(De enero 2008)




No hay comentarios:

Publicar un comentario