martes, 3 de octubre de 2017

Preludio

Qué silencio la casa
el orden de las cosas,
el polvo por el que deslizo un dedo marcando más si cabe el camino del abandono,
los libros apilados,
las flores muertas,
las persianas tan cerradas que ni un resquicio de luz puede robarle su silencio al silencio,
y mucho menos hacerse presencia viva
entre partículas elementales que hablan un idioma propio.  

Todo tan quieto,
desde que esta mañana
tan temprano,
un poco precipitadamente
se fueron.

Olvidando el bote del pis en el baño
y el libro en la mesa del salón de los girasoles ciegos,
y un extremo de plástico del suero fisiológico en la mesilla de noche,
y las mantecadas,
y los higos,
los higos también.

Dejando, en cambio, en todo el perímetro de la casa -mi interior-
su ausencia tan presente.

Qué silencio,
lo escucho,
no se oye una mosca.
Y poco a poco,
como quien se sacude el desamparo,
voy recuperando -o echando de menos, que viene a ser lo mismo-
mi habitación propia,
mi soledad propia,
inexpropiable,
mi libertad propia,
el espacio cerca de la ventana del patio interior
donde germina la palabra, el silencio. 

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