domingo, 12 de junio de 2016


Paseo en malvas 
                           sobre 
                                     fondo gris.

El aire aquí huele distinto. Huele a hojas de castaño, a humedad, a hierba segada, a laurel, a mar,  a "cucho", también a tiempo suspendido. De fondo se oyen, en un eco continuo, las esquilas de las vacas que descansan en ociosa compañía de gaviotas y verderones. Cuera ha amanecido hoy rodeado de un cinturón de bruma. Al llegar al pueblo que parece de cuento por muchas cosas, (mañanga, bolera, aguacate milenario, lavadero), pero sobre todo por el castillo omnipresente, hacemos parada en el casino en el momento justo en el que las campanas de la iglesia anuncian bajo un tic, tic, toc incesante, atronador, la fiesta de la Sacramental, perpetuidad de la tradición. A las salida nos detenemos un momento en las escuelas construidas en el veintinueve como consta en su fachada, siempre me llamaron la atención sus escaleras encaladas, lo mismo que sendos carteles de niños, niñas. El camino que sigue está plagado de eucaliptos viejos y de eucaliptos jóvenes que crecen como la espuma entre campos de helechos. Así alcanzamos la costa y continuamos andando por caminos rasurados y estrechos y zinzagueantes a cuyos lados crece incesante, tremenda, la hierba, mientras nos acompaña, para mí es lo más gozoso del trayecto, la línea de mar. Recorrer una vez más este paraje triángular formado por los pueblos Poo, Porrua, Celorio, reconforta y llena de recuerdos, de evocaciones (¿te acuerdas que aquí es el sitio de estercolar o en ese lugar había una discoteca donde en los años setenta, era tal la afluencia de gente, que sacaban el dinero en bolsas de basura o...?). Agradecer a Pirulin, apodo que le pusimos al raitán, pero también al caracol y al caballo indio, su generosidad por posar largo y tendido.
(4/6/16)


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