viernes, 11 de marzo de 2016

Las mil y una noches o deriva de la crisis
(Historia en tres actos)


I
A pesar de la preocupación, A Leo le llama poderosamente la atención el grueso libro que sobresale de la bolsa donde su mujer lleva el uniforme de trabajo. Le llama poderosamente la atención porque Lola nunca lee.  
–¿Y eso que llevas ahí?
–¿Eh?… Un libro de cuentos –camina hacia la puerta seguida de Leo– Es para el autobús. Me lo dejó una compañera de trabajo ­–le da un fugaz beso en los labios y sin esperar respuesta baja rauda las escaleras.
¡Feliz Lola con su libro de cuentos! ¡Para cuentos está él con la factura de teléfono que le ha llegado!…
La saca del bolsillo y cuenta las llamadas que ha hecho a líneas eróticas en lo que va de mes… una, dos, cinco… ¡Si Lola se entera será el fin de veintisiete años más o menos felices de matrimonio! Pero desde que ella empezó a trabajar y Carlitos se marchó a Londres a buscarse las habichuelas, no se hace a quedarse solo por las noches. Ocho, diez, once llamadas… ¡Claro que cómo le iba a decir a Lola que rechazara el trabajo después de su despido!… trece, quince… y con lo cara que con la dichosa crisis se está poniendo la vida, dieciséis, diecisiete… en total diecisiete llamadas en un mes. Fue de la manera más tonta como ocurrió todo. Hacía zapping en mitad de la noche cuando en la pantalla del televisor apareció una tía buenísima casi en pelotas anunciando una línea caliente. No la prestó demasiada atención y al final se quedó dormido. Pero soñó que una voz suave y aterciopelada le susurraba al oído frases lascivas mientras una mano hábil le acariciaba sus partes. Despertó excitadísimo, en la pantalla del televisor parpadeaba sin cesar un número de teléfono, fue a su cuarto y llamó, asistiendo al renacer de una vida sexual que creía cercenada. Cuando colgó se quedó relajado y durmió de un tirón. Pero ya todas las noches que Lola trabajaba se despertaba con una erección de muy señor mío e ipso facto tenía que llamar. Conversaba con mujeres distintas a las que según el tono de voz imaginaba con las más variadas fisonomías, rubias, morenas, llenas de curvas, tailandesas, chinas –a él, no sabe muy bien porqué, siempre le pusieron las mujeres orientales–, con un lunar en el nacimiento del pecho o un tatuaje en el lugar más ignoto de su anatomía, que le hacían emerger sus instintos más primarios. Hasta su relación con Lola había dado un giro de ciento ochenta grados. Y es que desde que empezó a trabajar de noche en la subcontrata de limpieza estaba más guapa y rejuvenecida ¡Con que lujuria y desenfreno vivieron las noches que ella libró! Por eso no se explica como ha podido caer tan bajo. Ni que carajos busca en otras mujeres que su Lola no pueda darle. Pero tampoco se le ocurre cómo solucionar de una forma honrosa su problema.   

II
Mientras entra en una amplia sala en la que una decena de teleoperadoras, en su mayoría mujeres, hablan por teléfono, Lola piensa en la idea tan equivocada que la gente tiene acerca de su trabajo. Toma asiento entre dos compañeras que, sin soltar el auricular, la saludan efusivamente con la mano. Ella también la tenía cuando, por error, acudió a la entrevista y, prendados de su voz, le ofrecieron el puesto de telefonista que rehusó de inmediato. Siguió madrugando todos los días para hacer cola en el INEM con la esperanza de que le saliera algo, pero nada más fijarse en su edad la rechazaban. Y eso que llevaba consigo un currículum bien presentable que le había hecho Carlitos, aunque claro, con poca chicha, porque preparación casi no tenía, y su experiencia laboral se reducía al año y tres meses que trabajó de soltera en una fábrica de vaqueros que quebró. ¡Es increíble lo difícil que se está poniendo todo! ¡Si hasta para ostentar el puesto de charcutera de supermercado exigen el título de Graduado Escolar! Así que después de muchos tumbos decidió probar suerte en el único sitio en el que le habían abierto las puertas. Por probar, pensó, nada perdía, aunque, eso sí, con la condición de que su marido no se enterase. Si eso ocurría sería el fin a sus veintisiete años más o menos felices de matrimonio. En la empresa debían estar acostumbrados a este tipo de chanchullos, porque nada más exponer sus reparos le dijeron que no se preocupara y que en la nómina figuraría como limpiadora. Y hoy, tras casi tres meses de rodaje, está contentísima. Si hasta gana más que Leo antes de que le despidieran y, no se lo puede contar a nadie, pero lo cierto es que su trabajo no le parece trabajo. A los jefes jamás les ve y sus compañeros, mujeres o gays en su mayoría, son unos cielos, muy normales y cultos. Mismamente Marina, la que le dejó el libro de “Las mil y una noches” para inspirarse, es estudiante de tercero de farmacia, con novio formal, un chico muy guapo que muchos días le espera a la salida. Su Leo jamás hubiera tragado por algo así… A ella, la verdad, le costó un poco al principio asimilar que iba a trabajar en una línea caliente, pero una vez que sacó a la luz la mujer desenfrenada y cañera que llevaba dentro, ya todo fue sobre ruedas. Se mete tanto en el papel que le parece que la que habla no es ella, sino la tal Sherezade del libro de cuentos intentando seducir al  Shahriar para salvar el pellejo una noche más. Y el caso es que tiene más llamadas que ninguno de sus compañeros. Además, si se queda en blanco tiene a mano los guiones “antibloqueo”, como allí todos llaman a unos folios plagados de guarrerías que siempre están sobre la mesa y que ella hasta ahora no ha necesitado utilizar. El libro, “Las mil y una noches”, le es más que suficiente.  


III
A Leo le despierta un calentón incontrolable en sus partes bajas. Son las cuatro y cuarto de la madrugada. Otros días a esta hora se levantaba y como un sonámbulo  marcaba el teléfono que se sabe de memoria… pero no. Eso se acabó. Esta vez no caerá. Se acerca a la cocina, abre el frigorífico. Bebe agua fría directamente de la botella para ver si se le pasa la excitación. Claro que por una vez más… la última… Saca de su cartera un trozo de papel de periódico con el anuncio de una nueva línea erótica que arrancó, sin que se dieran cuenta, hace unos días de un periódico en un bar, y se dirige a su habitación. Levanta el auricular y mientras se jura a sí mismo que es la despedida, el caput, el arribeberchi, el nunca mais marca el número. Oye la voz rutinaria del contestador: “Está usted hablando con la línea caliente Las mil y una noches, si desea contactar con un hombre pulse uno, si desea contactar con una mujer pulse dos, si desea”… Leo da a la tecla mientras ahoga la respiración, el corazón le late con violencia. Segundos después escucha al otro lado del teléfono una voz suave, lúbrica, familiar, que le susurra:
–Esta es en la guarida de Eros, tu sierva Sherezade, hija de la luna, hará reales tus más íntimas fantasías…Si levantas el minúsculo velo descubrirás mis pechos hambrientos, mi ombligo deseoso…
Leo se pellizca varias veces para comprobar que no está soñando… esa voz… Se pellizca varias veces hasta hacerse daño. Al fin dice:
–¿Lola? ¿Eres tú, Lola?
–¿Leo?
–¿Qué haces diciendo todas esas porquerías?
Se produce un silencio. Ninguno de los dos da crédito.   
–¿Y tú? ¿Qué haces tú llamando?…
–En casa, nos vemos en casa. Creo que tenemos mucho de qué hablar.  

NOTA: Relato que me publica Astorga-Redacción el 3/1/16 en su sección "Contexto Global".




No hay comentarios:

Publicar un comentario