martes, 6 de enero de 2015



El niño bacteria





        Desde temprano el niño se enfrenta a la gran aventura. Con vistazo experto al muladar, separa los restos recuperables de aquellos otros orgánicos ya solo pasto de las bacterias, y con mano hábil e indefensa, se apodera de botellas vacías que imagina que contienen pócimas capaces de extraordinarios encantamientos; de latas de conserva y tubos de cobre cuyo brillo metálico se le antojan las piezas de un mecano; de cartones y papeles enmohecidos que revisa antes de meter al saco, no ha perdido la esperanza de encontrar ese recorte de cómic que le falta para conocer el final de una historia entre indios y cowboys; de retazos de ropa, como el agujereado jersey a franjas azules que lleva puesto y que le hace parecer el capitán de un barco pirata. 
           Al empezar el día nunca sabe lo que se va a encontrar, por eso su tarea tiene no se qué de explorador y aventurero. Y hoy descubre, enterrada entre mondas resecas de naranja, la cabeza de un muñeco. Sumergido en la labor de recomponer el cuerpo todo, localiza aquí un brazo, allá el tronco, más lejos una pierna. Busca y rebusca entre la inmundicia con la esperanza de hallar el resto de miembros, pero es inútil, quedando el muñeco manco y cojo, irremediablemente mutilado. Se contenta el niño al fin, regalo de Reyes Magos que nunca tuvo. 
        Cansado de llevar la cabeza gacha, eleva la vista y mira al cielo raso, de un inmenso azul. Con el dorso de la mano se toca la frente abrasada por la fiebre que le sobreviene siempre a mediodía. Hace recuento de su botín: esos despojos que el exceso de su imaginación y la febrícula transforman en preciados objetos. 




Nota: microrrelato finalista del concurso "Todos somos diferentes" convocado por la Fundación de Derechos Civiles. 2002.



No hay comentarios:

Publicar un comentario