jueves, 13 de agosto de 2015


Árbol-Duende también llamado Apego.




Cogí la rutina, cada vez que iba a esa playa, de capturar con mi cámara el árbol que estaba en la margen derecha del riachuelo que converge en el mar.
Me interesaba la perspectiva en la que el árbol, las ramas-manos alzadas a modo de saludo, parecía un duende. (Los que hacemos fotos sabemos que hay una sola posición y solo una, desde los que la captura de un objeto es más atrayente, tiene “alma”, y esa captura es todo menos casual).
De ser un elemento más del paisaje, el árbol-duende se fue convirtiendo poco a poco en algo singular y propio.
De ser un árbol cualquiera pasó a ser mi arbol-duende que saludaba impertérrito a la sucesión de momentos y de días, unas veces azules, otras grises, que me vienen regalando los siempre ansiados períodos vacacionales.
Un día, seguramente arrastrado por las olas, se había depositado cerca de la base del árbol un plástico duro y pesado. Lo desplacé unos metros, ante la mirada atónita de unos chicos que pasaban por mi lado y que pensaron que iba definitivamente a retirarlo. “Yo alucinó”, dijeron al comprobar que solo lo cambiaba de sitio. Sentí vergüenza y culpa por mi falta de implicación con el medio ambiente, pero ahora me doy cuenta de que en ese momento mi interés era única e inexcusablemente el árbol que tenía delante. El árbol y su captura más óptima era lo único que me importaban.
Este invierno su tronco quebró y un día de los que viajé al Norte lo descubrí, derrumbado y roto sobre la arena, donde sigue, cada vez más seco, cada vez más consumido sobre sí mismo, como un cadáver en proceso de descomposición y de ruina.
Nadie, me parece, echa en falta su apariencia fantástica ni sus ramas-manos festejando el paso de días y estaciones.
Yo sí, yo lo hago.
Yo sí, yo me duelo.
El árbol-duende, por razones que me son desconocidas, se convirtió en un elemento de referencia para mí y su muerte me hizo morir un poco, como pasa siempre con las cosas que amamos, hasta el momento de la muerte verdadera, propia, ineludible y común.
Sirva este pequeño homenaje al árbol-duende al que reservo, las ramas-manos alzadas a modo de saludo, un sitio imaginario en mi cabeza.
Y ahora, tal vez en la de ustedes.


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